La pantalla del siglo
Mea maxima culpa
Annemarie Meier
Hay películas que uno no va a ver para divertirse sino para
informarse y aprender. Son películas que pueden doler pero son
necesarias. Tal es el caso de Mea máxima culpa: Silencio en la casa de dios, documental que encontró distribuidor en México mientras que en otros países no llegará a las salas de cine. El realizador de Mea máxima culpa: Silencio en la casa de dios
(2012) es Alex Gibney, experimentado documentalista estadunidense que
cuenta con una filmografía de más de veinte documentales en los que
muestra, describe y denuncia todo tipo de problemas desde el fracaso del
sueño americano, la corrupción en empresas y la política, la tortura en
las cárceles y los abusos de poder. Acaba de estrenar The Armstrong Lie en el que sigue el caso del exitoso ciclista que después de subir a las nubes cayó al infierno del rechazo generalizado.
En Mea máxima culpa: Silencio en la casa de dios,
Gibney trata el tema de los casos de pederastia por parte de miembros
del clero católico, en especial la de un sacerdote en un hogar para
niños sordo mudos en Milwaukee, Wisconsin. A la pregunta por los motivos
que lo movieron para abordar justamente este caso de abuso de niños,
Gibney contestó: “Soy católico y tuve una educación católica: Por eso
mismo la historia me movió profundamente. Hubo varias historias sobre
abuso pero para mí fue importante seguir este caso hasta la cúspide”.
(Entrevista en la televisión alemana Das Erste, 7 de julio 2013)
El
caso de niños abusados que Gibney menciona en la entrevista para la
televisora alemana, fue el centro de una amplia investigación y se
convirtió en la espina dorsal del documental. Gibney “ da voz” – o
mejor: “cede la imagen” - a un grupo de hombres sordomudos quienes
narran en lenguaje de señas, cómo durante su estancia en St. John, hogar
para niños sordomudos, sufrieron abuso. St. John, un edificio de tipo
castillo medieval en medio de jardines, atendido por monjas y padres
católicos. Entre las niñas y niños el padre Lawrence Murphy era el más
popular puesto que dominaba el lenguaje de señas y acompañaba a los
pequeños en sus actividades educativas, deportivas y de ocio. Doblados
por voces, los hombres narran con manos y gestos cómo el padre empezó a
molestarlos, cómo el abuso se convirtió en un trauma que los marcó de
por vida. También cuentan cómo, al denunciarlo, primero con autoridades
eclesiásticas y después civiles, obtuvieron poca respuesta. Gibney
menciona en la entrevista a la televisión alemana que su investigación
llegó hasta la cúspide, también las víctimas treparon la jerarquía
eclesiástica y jurídica para denunciar los casos, hablaron con
sacerdotes, escribieron cartas al arzobispado, al Vaticano e incluso al
papa Juan Pablo II en Roma. Como no tuvieron respuesta emprendieron
campañas de denuncia pública e incluso buscaron y se enfrentaron con el
padre Murphy ya retirado para reclamar su castigo.
Con las
narraciones de las víctimas, material de archivo, fotos familiares,
escenas recreadas y tomas de los habitantes de St. John, niños
sonrientes haciendo deporte, jugando o estudiando, el filme teje un
relato complejo. Las secuencias – o capítulos - con imágenes de espacios
religiosos y rituales católicos, forman un discurso paralelo que
muestra la belleza de iglesias y conventos. Son planos fijos y
coreografías coloridas de las ceremonias de religiosos y creyentes. Es
un mundo perfectamente estructurado, altamente estético y significativo.
A través de las narraciones de las víctimas y las voces de expertos,
investigadores, terapeutas y religiosos, se muestra, sin embargo, un
sistema cerrado en sí y movido por leyes petrificadas que callan,
silencian y tabuízan lo que llega desde afuera. Para no tratar el caso
de pederastia en St. John como caso aislado, el filme aborda, aunque de
manera lateral, los casos de los sacerdotes en Irlanda y el del mexicano
Marcial Maciel. Con cuidado Gibney invita al espectador a no confundir
los asuntos de la religiosidad y la fe con los casos de sacerdotes
pederastas y su exculpación, o incluso justificación, tema que comentan
varios de los personajes entrevistados.
Mea culpa: silencio en la casa de dios
es un documental impactante realizado a partir de una profunda
investigación, complejo en su estructura, con un ritmo y una progresión
dramática perfectamente calculadas. Le sugiero completar el filme
estadunidense con el mexicano Agnus Dei: Cordero de Dios de
Alejandra Sánchez. El excelente documental mexicano que se puede ver en
línea, merece una reseña aparte. Por cierto, mi próxima columna saldrá
dentro de quince días.
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Fuente: http://www.milenio.com/firmas/annemarie_meier/Mea-maxima-culpa_18_187961251.html
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