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viernes, 6 de diciembre de 2013

PEDOFILIA: MEA MAXIMA CULPA








La pantalla del siglo

Mea maxima culpa

Annemarie Meier

Hay películas que uno no va a ver para divertirse sino para informarse y aprender. Son películas que pueden doler pero son necesarias. Tal es el caso de Mea máxima culpa: Silencio en la casa de dios, documental que encontró distribuidor en México mientras que en otros países no llegará a las salas de cine. El realizador de Mea máxima culpa: Silencio en la casa de dios (2012) es Alex Gibney, experimentado documentalista estadunidense que cuenta con una filmografía de más de veinte documentales en los que muestra, describe y denuncia todo tipo de problemas desde el fracaso del sueño americano, la corrupción en empresas y la política, la tortura en las cárceles y los abusos de poder. Acaba de estrenar The Armstrong Lie en el que sigue el caso del exitoso  ciclista que después de subir a las nubes cayó al infierno del rechazo generalizado. 

En Mea máxima culpa: Silencio en la casa de dios, Gibney trata el tema de los casos de pederastia por parte de miembros del clero católico, en especial la de un sacerdote en un hogar para niños sordo mudos en Milwaukee, Wisconsin. A la pregunta por los motivos que lo movieron para abordar justamente este caso de abuso de niños, Gibney contestó: “Soy católico y tuve una educación católica: Por eso mismo la historia me movió profundamente. Hubo varias historias sobre abuso pero para mí fue importante seguir este caso hasta la cúspide”. (Entrevista en la televisión alemana Das Erste, 7 de julio 2013)

El caso de niños abusados que Gibney menciona en la entrevista para la televisora alemana, fue el centro de una amplia investigación y se convirtió en la espina dorsal del documental. Gibney “ da voz” – o mejor: “cede la imagen” - a un grupo de hombres sordomudos quienes narran en lenguaje de señas, cómo durante su estancia en St. John, hogar para niños sordomudos, sufrieron abuso. St. John, un edificio de tipo castillo medieval en medio de jardines, atendido por monjas y padres católicos. Entre las niñas y niños el padre Lawrence Murphy era el más popular puesto que dominaba el lenguaje de señas y acompañaba a los pequeños en sus actividades educativas, deportivas y de ocio. Doblados por voces, los hombres narran con manos y gestos cómo el padre empezó a molestarlos, cómo el abuso se convirtió en un trauma que los marcó de por vida. También cuentan cómo, al denunciarlo, primero con autoridades eclesiásticas y después civiles, obtuvieron poca respuesta. Gibney menciona en la entrevista a la televisión alemana que su investigación llegó hasta la cúspide, también las víctimas treparon la jerarquía eclesiástica y jurídica para denunciar los casos, hablaron con sacerdotes, escribieron cartas al arzobispado, al Vaticano e incluso al papa Juan Pablo II en Roma. Como no tuvieron respuesta emprendieron campañas de denuncia pública e incluso buscaron y se enfrentaron con el padre Murphy ya retirado para reclamar su castigo.      

Con las narraciones de las víctimas, material de archivo, fotos familiares, escenas recreadas y tomas de los habitantes de St. John, niños sonrientes haciendo deporte, jugando o estudiando, el filme teje un relato complejo. Las secuencias – o capítulos - con imágenes de espacios religiosos y rituales católicos, forman un discurso paralelo que muestra la belleza de iglesias y conventos. Son planos fijos y coreografías coloridas de las ceremonias de religiosos y creyentes. Es un mundo perfectamente estructurado, altamente estético y significativo. A través de las narraciones de las víctimas y las voces de expertos, investigadores, terapeutas y religiosos, se muestra, sin embargo, un sistema cerrado en sí y movido por leyes petrificadas que callan, silencian y tabuízan lo que llega desde afuera. Para no tratar el caso de pederastia en St. John como caso aislado, el filme aborda, aunque de manera lateral, los casos de los sacerdotes en Irlanda y el del mexicano Marcial Maciel. Con cuidado Gibney invita al espectador a no confundir los asuntos de la religiosidad y la fe con los casos de sacerdotes pederastas y su exculpación, o incluso justificación, tema que comentan varios de los personajes entrevistados.  

Mea culpa: silencio en la casa de dios es un documental impactante realizado a partir de una profunda investigación, complejo en su estructura, con un ritmo y una progresión dramática perfectamente calculadas. Le sugiero completar el filme estadunidense con el mexicano Agnus Dei: Cordero de Dios de Alejandra Sánchez. El excelente documental mexicano que se puede ver en línea, merece una reseña aparte. Por cierto, mi próxima columna saldrá dentro de quince días.  

annemariemeier@hotmail.com

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Fuente:  http://www.milenio.com/firmas/annemarie_meier/Mea-maxima-culpa_18_187961251.html

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