El misterioso caso de la
Cárcel de Stanford
julio 3, 2015
por Javier Jiménez Cuadros
@dronte
Dentro de un momento, llamarán al timbre de tu casa. Al abrir, una pareja de
policías preguntará por ti. Sin comerlo ni beberlo, mientras los vecinos se
asoman al descansillo, te acusarán en voz alta de robo con violencia y
allanamiento, te detendrán y te llevarán, primero, a la comisaría más cercana y
después a la prisión provincial.
Allí, serás desnudado, cacheado y todos tu orificios serán inspeccionados a fondo. Te despiojarán, desinfectarán y te darán un uniforme: además del mono numerado, incluirá una pesada cadena enganchada a la altura de los tobillos, unas sandalias de goma y una gorra de nylon. Solo eso. Sin ropa interior, sin calcetines. Te sentirás humillado. Y entonces, poco importará tu identidad, tus creencias o valores, te habrás convertido –emocional, física y psicológicamente– en un preso.
Allí, serás desnudado, cacheado y todos tu orificios serán inspeccionados a fondo. Te despiojarán, desinfectarán y te darán un uniforme: además del mono numerado, incluirá una pesada cadena enganchada a la altura de los tobillos, unas sandalias de goma y una gorra de nylon. Solo eso. Sin ropa interior, sin calcetines. Te sentirás humillado. Y entonces, poco importará tu identidad, tus creencias o valores, te habrás convertido –emocional, física y psicológicamente– en un preso.
Eso fue lo que les pasó a nueve jóvenes californianos el 15 de agosto de 1971 durante uno de los experimentos más conocidos de la historia de la psicología: el experimento de la cárcel de Stanford. O al menos, eso es lo que nos han contado.
La historia popular nos relata, a grandes rasgos, como un psicólogo social, Philip Zimbardo, reunió a 21 estudiantes universitarios ‘normales’, les asignó un papel al azar (unos de presos, otros de guardias) y los metió en una cárcel falsa. Allí, en pocos días y como por generación espontánea, aparecieron las agresiones verbales, los motines e incluso la tortura. El plan inicial era mantenerlos allí durante dos semanas, pero la situación se hizo tan insostenible que hubo que dar por finalizado el experimento en tan solo seis días.
Por eso, cuando los periódicos nos hablan de unos Mozos de Escuadra condenados por torturas o los abusos de Abu Ghraib, siempre hay alguien que dice “como en la película de El Experimento“, film basado en este experimento.
Es más, no sólo lo dice la historia popular, sino la mayoría de los manuales de psicología social. Si le preguntas a tu psicólogo de guardia, lo más probable es que te confirme, entre maravillado y horrorizado, lo que son capaces de hacer las situaciones a personas normales y corrientes.
Ya conocen la historia, ahora les contaremos la verdad
No obstante, la afirmación de Zimbardo de que, gracias a sus situaciones y roles, los estudiantes se habían ‘convertido’ en prisioneros y guardias, no goza de buena salud. No está claro que esta interpretación (la ‘situacionista’) tenga alguna validez. ¡Qué digo validez! No está claro que tenga ningún sentido.
Desde las primeras críticas (Banuaziziy Movahedi, 1975), se puso en duda que en el experimento ocurriera algo por ‘generación espontánea’. Banuazizi y Movahedi demostraron convincentemente que la misma presentación del experimento predisponía a los participantes a pensar que el comportamiento de los guardias iba a ser “opresivo y hostil”. Si a eso le sumamos que, hacia finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, salieron a la luz numerosos casos de disturbios carcelarios y brutalidad por parte de los
guardias (Gray,2013) en Estados Unidos, se hace evidente que cualquier persona seleccionada con la premisa de “participar en un experimento psicológico sobre la vida en las cárceles” (como de hecho se hizo) podía tener una idea preconcebida muy clara de lo que se estaba buscando (Carnahan y McFarland, 2007).
Tampoco podemos decir que los guardias no recibieran instrucciones. El proceso de detención que he descrito arriba fue diseñado explícitamente por los investigadores para “humillar y castrar” a los prisioneros. Como el mismo Zimbardo ha reconocido recientemente (2007) y otros investigadores llevan tiempo señalando (Banyard, 2007; Gray, 2013; Haslam & Reicher, 2012), su papel fue más allá de lo que en un primer momento se dijo: tenía asignado el papel de “Superintendente” y ejerció como tal para que los guardias no tuvieran demasiado espacio a la imaginación. Los guardias fueron aleccionados tanto explícitamente en las reuniones diarias que se mantenían con el equipo investigador, como implícitamente al no ser ‘llamados al orden’ conforme iban aumentando el nivel de hostilidad y agresividad.
En un contexto como este, ese silencio por parte del investigador podía ser interpretado sin problemas como aprobación (Gray, 2013). Uno de los guardias, Dave Eshelman, confesó años después que, en cierta forma, él estaba llevando su propio experimento, “¿Hasta dónde podríamos llegar, cuánto podríamos abusar, hasta que estas personas (los investigadores) dijeran ‘ya basta’?” (Ratnesar,2011).
Uno de lo asesores del experimento, el exconvicto Carlo Prescott, escribió una carta al Stanford Daily titulada ‘La mentira del experimento de la cárcel de Stanford‘ en el que se arrepentía profundamente de su participación y acusaba a Zimbardo de haber manipulado el comportamiento de los guardias para demostrar su conclusión (Griggs, 2014).
Como ven metodológicamente el estudio es muy pobre: ni doble ciego, ni control de variables externas, ni un largo etcétera. Hasta tal punto que en el año 2002, y con financiación de la BBC, cuando Haslam y Reicher (2005, 2012; Reicher yHaslam, 2006) llevaron a cabo una ‘réplica’ del experimento pero evitando incentivar la hostilidad y los resultados fueron francamente decepcionantes para la hipótesis zimbardiana.
Pero la cosa no se queda aquí. Como señala Griggs (2014), el experimento de Zimbardo ha sido criticado por problemas de generalizabilidad y validez ecológica (Fromm,1973), el posible sesgo en la selección de participantes (Carnahan & McFarland, 2007; McFarland & Carnahan, 2009), por problema éticos (e.g., Savin, 1973) o por no dar cuenta de las diferencias individuales observadas (McGreal, 2013).
No es de extrañar que no se publicara en ninguna revista prestigiosa del área de la psicología social. Lo realmente curioso, como dice Ribkoff (2013) es “que pese a los obvios problemas conceptuales, metodológicos y éticos, el Experimento de la Cárcel de Stanford y las conclusiones propuestas por Zimbardo y otros siga siendo citado constantemente en entornos sociológicos, pedagógicos, políticos, legales y populares como una prueba del ‘poder de la situación’…”.
Entonces, ¿cómo llegó a ser tan exitoso y conocido este experimento?
¿Cómo pudo un experimento mal diseñado, publicado en una revista de segundo o tercer orden, llegar a ser tan respetado y popular? Para entenderlo, como dice Maria Konikkova, tenemos que irnos a octubre de 1971. Menos de dos meses después de la finalización del experimento y mucho antes de que ningún análisis de él hubiera sido publicado (ni probablemente, añado yo, realizado), Philip Zimbardo fue invitado a hablar como experto en la comisión para la reforma de prisiones del Congreso americano.
Tal y como comenta Konikkova, pese a que Zimbardo explicó bien el diseño del experimento, describió el estudio como “un intento para entender qué significaba psicológicamente ser guardia y ser prisionero”. Explicó que los participantes eran “la cream
de la cream de su generación”, que los guardias no habían sido aleccionados y que eran libres de crear “sus propias normas para mantener el orden, la ley y el respeto”. También expuso que “una amplia mayoría de los participantes no fueron capaces de diferenciar claramente entre su rol en el experimento y su ser verdadero”.
“La experiencia del encarcelamiento deshizo, aunque fuera temporalmente, toda una vida de aprendizaje; los valores fueron suspendidos, los autoconceptos fueron desafiados, y el lado más feo, básico y patológico de la naturaleza humana emergió a la superficie”, cito textualmente. Y siguió en esa línea durante los siguientes años ya fuera en entrevistas televisivas o en tribunas para los medios más populares de EE.UU.
Zimbardo distorsionó tanto la imagen del experimento ante la opinión pública que, para cuando se publicaron los artículos sobre el tema (1973a, 1973b) y sus consecuentes críticas (Banuazizi y Movahedi,1975), ya no había nada que hacer, el relato mítico ya estaba lanzado. Lo demás es historia.
O más bien historias. Historias, algunas falsas, otras reales como la vida misma, que os iremos contando en esta nueva serie de mitos y realidades de la psicología que empezamos hoy. Preparados, listos, adelante.
About Javier Jiménez Cuadros
Javier
Jiménez, Consultor. Me dedico a encontrar soluciones conductuales a problemas
sociales, profesionales y personales. He trabajado en las Universidades de
Granada, Cambridge y Cranfield. Ahora desarrollo proyectos de consultoría,
formación y divulgación con el fin de que la Psicología sea una forma de
mejorar el mundo.
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Fuente: http://rasgolatente.es/el-misterioso-caso-de-la-carcel-de-stanford/
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