Se nos va Elizabeth Kline
Esta
norteamericana de nacimiento y venezolana de recorridos se va del país después
de 34 años de amor desbarrancado por su geografía, su gente y sus sabores. Más
de un millón de kilómetros de viajes, 20 ediciones de su guía de posadas y
campamentos y un riguroso compartir de lo que ve, desde su página en El
Universal. “Irme es tan doloroso como divorciarse cuando amas a tu marido”.
Otro exilio. El turismo en Venezuela se llena de dolor y bochorno
Goza en el canoping de la Flora Exótica Tropical en Yaracuy | Foto por Elizabeth Kline |
@valendeviaje
24 de mayo
2015 - 12:01 am
Elizabeth Kline salió de Michigan hace 34
años para acompañar a su esposo que venía a trabajar con la Ford. El día del
viaje caía una nevada feroz, era noviembre, tuvieron que descubrir el carro
entre los blancos, abrigarse hasta el alma y encaramarse en el avión. De noche
llegaron al hoy arruinado Macuto Sheraton, que vestía sus galas decembrinas. Al
abrir los ojos salió a la terraza, vio el mar, el sol radiante, la gente
contenta vestida de colores que cantaba y bailaba y sintió el aroma de un
sofrito que desconocía. Se enamoró. Al día siguiente empezó sus clases de
español. Compró un diccionario que la acompañó hasta que entendió y amó lo que
le contaban. El primer año aprendió a bailar tambores en Borburata. Comió
arepas, cachapas, empanadas y chicharrón.
Supo que su marido odiaba viajar, así que
cuando los trasladaron a México pidió el divorcio. “Mi ex-esposo nombró como
culpable a Venezuela”, comenta divertida. Nuestro país se convirtió en “el
otro” de la discordia. Íngrima y sola se mudó a Venezuela, buscó un
apartamentico, compró un carro usado y dio lecciones de inglés hasta que
consiguió trabajo como corresponsal para el The
Daily Journal. Su primer trabajo fue escribir de Guayana. El vuelo
paró en todas las misiones y se dejó abrazar por los tepuyes. “Así fue como
empecé a escribir de turismo. Conocer Venezuela se convirtió en una adicción.
He viajado casi un millón de kilómetros en 5 carritos. Siempre sola porque me
gusta cambiar el plan, participar en las actividades que encuentro. No quiero
que nadie me diga que quiere parar o qué hacemos aquí. No puedo trabajar en una
oficina. Yo necesito mi libertad”.
20 años de su Guía. Entre libertad y adicción, su Guía de Campamentos, posadas y cabañas
está cumpliendo 20 años. La edición que está en librerías y posadas es la
última que sacará esta viajera enamorada de nuestra geografía, sus fiestas, su
gente y sus sabores.
Elizabeth va de posada en posada, de
campamento en campamento. Nadie sabe que llegará. Se baja de su carrito y entra
con actitud de investigador. Revisa baños, habitaciones, cocina,
estacionamiento. Supervisa desde los jardines hasta las almohadas y las
sábanas. Conversa con sus dueños y con los huéspedes. Prueba la comida. Y sale
veloz hasta la próxima parada. Así anda por carreteras y caminos indagando
dónde es bueno hospedarse y dónde será un fracaso. Lo reseña luego en su guía
sin ninguna censura. A veces de forma descarnada que algunos critican y otros
valoran, pero todos le creemos. No acepta ni avisos ni intercambios. Sabe y
entiende que su credibilidad es su mayor fortaleza. La publica siempre en
inglés y en español y la reparte personalmente en las posadas. Cuando regresa a
revisar y actualizar información recoge su platica y lleva la próxima edición.
Es una gladiadora de imposibles. Tiene 70 años y hasta ahora había viajado
confiada y sin miedo, sola, en carritos sencillos, por cada una de las
carreteras que unen pueblos y ciudades. Cada semana deja su testimonio en las
páginas del cuerpo de turismo de El
Universal. “Es impresionante la cantidad de venezolanos que me
dicen: —Oye, tú conoces más de Venezuela que yo–. ‘Pero bueno, sal, aunque sea
un día a un sitio cerca de tu casa’, les digo.”
— ¿Qué tiene Venezuela que te sorprende?
—Uno
es la sencillez de la gente. Pasas por un pueblito, preguntas dónde queda algo
y te dicen: “Ven, sígueme que yo te muestro”. Otra cosa que no se ha explotado
son las fiestas, el folklore. Hay muchas manifestaciones muy autóctonas que se
conservan intactas. La primera vez que vino una amiga de Estados Unidos fuimos
a Maracaibo, llegamos a Sinamaica y nos topamos con un desfile de lanchas
llevando a San Benito. Decidimos seguirlos y participamos de la fiesta. Luego
salimos a Ciudad Ojeda y en cada pueblo seguía el homenaje a San Benito. Fue
una suerte. Después empecé a ir todos los años.
— ¿Y la comida?
—Amo
las empanadas, arepas, caraotas, cachapas. Lo impresionante es la diferencia en
cada región del país. Las empanadas en Margarita son delgaditas, los pasteles
en Mérida tienen papas. Las cachapas en Puerto La Cruz son inmensas. En Paria
pruebo la influencia trinitaria. Donde voy hay cosas distintas. Algunas de mis
mejores comidas las he gozado en tarantines al lado de la carretera. Son
fresquitas y puedo ver dónde las están preparando.
Su exilio forzado. Aunque este amor desbarrancado por
nuestro país sigue intacto en la piel, el alma y el paladar de Elizabeth, por
primera vez en 34 años siente miedo. Sus hijos vinieron hace dos años luego de
tres sin visitarla. Quedaron abrumados por el deterioro y la inseguridad. Le
pidieron a su madre que saliera de aquí. En esas vacaciones juntos no les
ocurrió ningún percance, pero apenas salieron de tres posadas, hubo asaltos en
dos de ellas. En su último viaje a la Gran Sabana por primera vez tuvo dudas al
visitar un salto desconocido porque estaba muy solo. Hace una semana casi la
asaltan en un hombrillo donde tuvo que detenerse a contestar una llamada. Vio
un par de motos acercarse con dos hombres en cada una. Tocó la corneta y metió
la chola. Logró escaparse. Posaderos de todo el país le cuentan los horrores
por los que han pasado: asaltos, robos, comandos entrando a los campamentos
armados hasta los dientes. A veces ha habido violaciones a alguna huésped. Con
frecuencia no lo cuentan para no crear pánico. Se quejan porque no consiguen
papel tualé, harina, azúcar. El café con leche desapareció de los desayunos.
Comparten con ellas sus vicisitudes.
En Paraguaná estuvo más de cuatro horas
trancada en una vía por una protesta. Se caldearon los ánimos, la gente se fue
poniendo agresiva y pudo huir en un descuido por un camino de tierra. Le da
terror que su carro se eche a perder y que no consiga los repuestos. Ya estuvo
parada casi dos meses. Sin carro no es nadie. Su vida es andar por Venezuela
para contarla.
Elizabeth entrevistada por Valentina en @CircuitoOnda |
“Soy gringa. Mi visa vence en 2016.
¿Quién me dice que me la van a renovar? Si me pasa algo, ¿quién me garantiza
que mis hijos puedan entrar a auxiliarme? Los dos son gringos y viven en
Estados Unidos”, explica Elizabeth desolada.
Puede que algún lector piense que lo de
Elizabeth Kline no es un exilio porque ella no nació aquí. Pero para ella lo
es. Y quienes la conocemos lo percibimos así. Antes de despedirme le pregunto
cómo se siente al tener que buscar otra vida a los 70 años en un país que dejó
hace 34. “Es como divorciarse de un marido que todavía amas”. No aguanta el
dolor. Sale un llanto desgarrado, profundo. Abandona lo que más ama: esa
libertad de viajar por Venezuela y compartirla con los venezolanos. Me da una
vergüenza muy profunda. La estamos expulsando. A ella, que lo único que ha
hecho es regalarnos entrega, sensibilidad, asombro y amor por cada metro
cuadrado de Venezuela. La vamos a extrañar muchísimo.
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Fuente: http://www.el-nacional.com/viajes/va-Elizabeth-Kline_0_632336952.html
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