Las facetas de nuestro “cerebro social”
Por Facundo Manes DIRECTOR DEL INSTITUTO DE NEUROLOGIA COGNITIVA (INECO) Y DEL INSTITUTO DE NEUROCIENCIAS DE LA FUNDACION FAVALORO
25/08/13
Para los seres humanos la supervivencia depende, en gran medida, de un funcionamiento social efectivo. Las habilidades sociales facilitan nuestro sustento y protección.
Si queremos entender a los seres humanos, la comprensión de las
capacidades relacionadas con la sociabilidad cobra un rol fundamental.
El estudio sobre
la cognición social tiene sus raíces en la psicología social,
disciplina que procura entender y explicar cómo los pensamientos, las
sensaciones y el comportamiento del individuo se ven influenciados por
la presencia, ya sea real o imaginaria, de otras personas. Estudia al
individuo dentro de un contexto social y cultural, y se centra en cómo
la gente percibe, atiende, recuerda y piensa sobre otros, lo cual
involucra un procesamiento emocional y motivacional.
Existen
teorías que sostienen que el tamaño del cerebro se relaciona mayormente
con el alcance del contacto social en cada especie. A partir de esto,
muchos se han preguntado si la complejidad de nuestro cerebro no se debe justamente a la complejidad social de nuestra especie.
Otros investigadores postulan que el desarrollo de la capacidad de
manipular a los demás (o el engaño táctico) fue crucial para la
evolución de nuestro cerebro.
La cognición social incluye diversos
procesos, tales como la “teoría de la mente” (se denomina así a la
capacidad de inferir los estados mentales de otras personas -incluyendo
sus intenciones y sentimientos- y de darse cuenta que los otros tienen
deseos y creencias diferentes a las nuestras), la empatía, el reconocimiento de expresiones faciales, el procesamiento de emociones, el juicio moral y la toma de decisiones.
Dado
que la conducta social tiene demandas únicas, se tiende a pensar que
posee sistemas cerebrales especializados. La conducta social requiere de
una identificación muy rápida de los estímulos y signos sociales
(tales como el reconocimiento de las personas y su disposición hacia
nosotros), una importante y necesaria integridad de la memoria (para recordar quién es amigo y quién no lo es en base a nuestra experiencia pasada),
una rápida anticipación de la conducta de los otros, y la generación de
múltiples evaluaciones comparativas. Por otro lado, los desafíos
cognitivos requeridos para la interacción social parecen ser diferentes
de aquellos requeridos para los objetos (no humanos).
Una interacción apropiada con otro ser humano necesita
de un reconocimiento inicial de que quien está enfrente es otra
persona, diferente de uno mismo y con un estado psicológico interno
diferente. A partir de allí, debemos intuir las motivaciones
internas, los sentimientos y las creencias que subyacen a su conducta
teniendo en cuenta, además, que los estados mentales de cada individuo
se enmarcan en características más estables de la personalidad.
Finalmente, uno debe tener en cuenta cómo es que nuestra conducta
influye sobre la de la otra persona, tanto para actuar de una manera
socialmente apropiada como para intentar persuadir o influenciar el
estado mental del otro. La cognición social se relaciona con el resto de
las capacidades cognitivas con el objetivo último de guiar nuestra vida
en sociedad, con estrategias a veces involuntarias y automáticas y muchas veces debajo de los niveles de nuestra conciencia.
En
el famoso cuento de Edgar Allan Poe “La carta robada”, el célebre
detective Auguste Dupin descubre el enigma que un batallón de policías
no había podido resolver. ¿Cómo lo logró?, le preguntan asombrados. Él
les explica que hizo simplemente lo que una vez vio hacer a un niño que
adivinaba una y otra vez en qué mano sus compañeros tenían escondida una
bolita: saber que el otro puede pensar y sentir distinto a uno, comprenderlo y actuar en consecuencia. En mayor o menor medida, de eso se trata ser humano.
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Fuente: http://www.clarin.com/edicion-impresa/facetas-cerebro-social_0_980902021.html
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