Adrian
Raine. El test de la psicopatía
Por: Sandy Hingston,(Philadelphia
Magazine, Julio de 2012)
(Traducción:
Verónica Puertollano)
Hace algunas décadas, en Mauricio, una pequeña isla
frente a la costa de Madagascar, un grupo de investigadores sentó a 1.795 niños
de tres años a la vez, les pusieron unos auriculares, reprodujeron un tono,
esperaron unos segundos, y después les hicieron escuchar un ruido de objetos
metálicos tintineando. El primer sonido, seguido del segundo, se repetía una y
otra vez. Cada niño fue conectado a unos electrodos que medían la cantidad de
sudor excretado en los intervalos entre los tonos. La inmensa mayoría de los
niños empezó a sudar una barbaridad después de haber escuchado el primer tono,
al asociarlo con el segundo y doloroso tono que le seguía.
Veinte años después, los investigadores
identificaron a 137 de esos niños que al crecer tuvieron antecedentes penales —detenciones
por temas de drogas, infracciones de tráfico, agresiones violentas—. Los
juntaron con una «cohorte» de participantes con procedencias similares, pero
sin antecedentes penales. Entonces compararon las pruebas de los grupos
infantiles. Descubrieron que la cohorte había anticipado los desagradables
segundos tonos. Pero los niños que se convirtieron en delincuentes demostraron
una absoluta falta de anticipación a los tres años de edad.
Uno de aquellos investigadores fue Adrian Raine, un
menudo y alegre psicólogo con el pelo rizado y canoso que es considerado el
líder mundial en la investigación de la neurocriminología. Profesor en la
Universidad de Pensilvania en los departamentos de criminología, psiquiatría y
psicología, y autor del best-seller Violencia
y psicopatía, ha convertido en carrera el estudio de los malhechores,
especialmente los psicópatas. «Hay 20 características diferentes de los
psicóptas», dice Raine, de 58 años, con su nítido acento británico —es oriundo
del condado de Durham y realizó su trabajo de posgrado en la Universidad de
Nueva York—. «Pero la característica subyacente es la falta de emoción. Los
psicópatas no experimentan los sentimientos como nosotros». El experimento con
los niños era una versión simple del condicionamiento pavloviano: «Les pones
los auriculares y les reproduces un tono, y después una explosión de música
alta, ya que no puedes someter a descargas eléctricas a niños de tres años».
Raine parecía un poco decepcionado por ello. «Los niños normales han aprendido
lo que va a pasar y empiezan a sudar. Los niños que se van a convertir en
delincuentes no demuestran ningún condicionamiento en absoluto».
Lo que ocurre con los niños que carecen de
respuesta ante el miedo, explica Raine en su oficina en Penn —decorada
únicamente con modelos de cerebros de plástico y algunas IRM muy coloridas— es
que nunca asocian conducta y castigo: si pegas a tu hermano, Mamá te grita. Si
le tiras fideos de ramen a Papá, te llevas un azote en el trasero. «Creemos que
esta toma de conciencia y esta preocupación ante el castigo nos persuaden a la
mayoría de nosotros de cometer un delito», dice Raine —en otras palabras, es lo
que nos hace sentir culpables, así que actuaremos según las normas de la
sociedad—. «Pero si no te preocupan las consecuencias, cometerás el delito».
Hay otras diferencias en el cerebro de los
psicópatas, muchas. Tienen menos materia gris en la corteza prefrontal, la cual
regula el control de los impulsos y la toma de decisiones. Son más propensos a
tener un desarrollo cerebral defectuoso, cavum
septum pellucidum. Metabolizan la
glucosa de forma distinta en algunas regiones. El área que procesa las
recompensas, el cuerpo estriado, se amplía. Hay un debate en la comunidad
científica sobre si dichos cambios son la causa o el resultado de la conducta
psicópata. Raine está convencido de que son la causa. «Los seres humanos son
como un rompecabezas», dice. «Necesitas que todas las piezas se queden fijas en
su posición. Tenemos un destino. A algunas personas les tocan malas cartas;
otras nacen con una escalera de póquer.»
Como suele suceder, estamos justo en medio de un
momento psicopático. La serie de televisión Dexter
está protagonizada por un asesino en serie. Acudimos en masa a ver agonizar a
Tilda Swinton en Tenemos que hablar de
Kevin. Acogimos con entusiasmo el reciente reportaje en la portada del New York Times Magazine sobre la lucha
de una familia de Florida con su hijo de nueve años, Michael, que de verdad —de verdad— quiere matar a su hermano. Lo
que ha traído a un primer plano la psicopatía es en gran medida la innovadora
investigación que Raine ha realizado sobre cerebros criminales. Las IRM en
concreto, dice, permiten a los científicos ver en tiempo real qué sucede cuando
un psicópata ve fotos perturbadoras o contempla un problema moral, en comparación
con el resto de nosotros.
La diferencia entre un psicópata y un criminal
común es de escala. Los psicópatas cometen muchos crímenes. No es algo que se
les pase con la edad, simplemente se perfeccionan. Como señala un estudio,
«manipulan a los demás para sus propios fines, cometen crímenes premeditados, y
no se ven afectados por sus actos atroces». Si bien la incidencia de la
psicopatía en la población general está cercana al 1%, es de un 15 a un 35% entre los presos
en EE UU. Y se estima que los psicópatas cometen hasta un 65% de todos los
crímenes —una diminuta minoría que se encuentra entre nosotros y que crea olas
masivas de caos y terror—. El área de Raine, la «neurocriminología», observa
cómo la estructura del cerebro puede causar la psicopatía, y cómo se podrían
demostrar esas anomalías en la estructura cerebral.
Estamos acostumbrados a pensar en la conducta
criminal como una elección consciente hecha por personas como nosotros que
deciden volverse malos. Pero ¿y si Raine está en lo cierto? ¿Y si hay realmente
una marca de Caín, y los psicópatas son víctimas de su biología? ¿Cómo podría
afectar nuestra visión de ellos, y cómo debería afectar?
Raine disfruta de la compañía de los psicópatas. No
es el único. Si eres Ted Bundy, ser encantador resulta de ayuda. «Encanto
superficial» es, de hecho, uno de los 20 elementos en la famosa lista de
verificación del psicólogo Robert Hare, junto a la «impulsividad», la «conducta
sexual promiscua», la «mentira patológica» y un «fatuo sentido de la autoestima».
«Son el alma de las fiestas, dan mucha conversación», dice Raine. «Son
carismáticos, es divertido trabajar con ellos. Siempre están tratando de
camelarte».
Fueron los niños los que hicieron a Raine ponderar
la fuente del mal. Cuando aún era estudiante en Oxford, trabajó para una
organización benéfica que enviaba a los niños a un campamento de verano: «Los
levantábamos por la mañana, los llevábamos a jugar, estábamos con ellos todo el
día. Y podías ver las diferencias individuales entre ellos. Algunos eran muy
agresivos. Y nada de lo que hicieras cambiaba eso». Estudió psicología, y
escribió su tesis doctoral sobre las frecuencias cardíacas y la conductividad
de la piel de los adolescentes agresivos. Por entonces, en los años 70, las
raíces biológicas de la conducta se consideraban irremediablemente caducas. El
único empleo que pudo encontrar cuando se graduó fue en una prisión. Así que
estudió a los pedófilos, a los violadores y los asesinos, registrando
diligentemente sus marcadores biológicos, y acabó encontrando su camino de
vuelta al mundo académico. En 2007 recibió una oferta mientras trabajaba en la
Universidad de California del Sur para incorporarse al Centro de Criminología
Jerry Lee de Pensilvania.
El crimen y la academia forman una mezcla rara.
Raine es un tipo extrañamente desapasionado, casi desapegado. Para él, el
crimen es un enigma que hay que resolver, un problema en el que todos nuestros
esfuerzos hasta la fecha no han tenido efecto. Para él no es lógico que se
presione sobre las actuales iniciativas anticrimen: «No han funcionado», dice
encogiéndose de hombros. Y está convencido de que, para algunos de nosotros, la
conducta criminal es una predisposición fuera de nuestro control. «Nadie elige
tener un mal cerebro», dice. «Los niños no eligen tener un 18% menos de
desarrollo de la amígdala».
Hay un problema con esto, sin embargo: con las
actuales reglas psiquiátricas, ningún menor de 18 años puede recibir un
diagnóstico de psicopatía, porque el estigma es tóxico. ¿Quién querría decirle
a unos padres que su hijo no cambiará jamás, que nunca se le pasará, ni
desarrollará una conciencia ni se volverá… bueno?
Pero la convicción de Raine de que las conexiones
defectuosas en el cerebro del psicópata lo hace incapaz para la empatía plantea
una pregunta que cualquier devoto de Ley
y Orden afronta con frecuencia: ¿Cómo pueden los seres humanos hacer cosas
tan inconcebibles a otros seres humanos? No puedo ser grosera con las camareras
que son groseras conmigo; no puedo imaginarme a alguien torturando a alguien, o
abusando de un niño.
Los psicópatas no sienten tantos obstáculos. En un
artículo en la Current Directions of
Psychological Science, Raine escribió: «Los psicópatas pueden saber la
diferencia legal entre el bien y el mal, pero ¿tienen el sentimiento de lo que
está bien y lo que está mal? Se cree que las emociones son fundamentales para
el juicio moral, y que proporcionan la fuerza motriz para actuar moralmente».
Como señala el neurólogo Antonio Damasio en El
error de Descartes, aunque en general solemos pensar en la emoción como un
pensamiento racional disruptivo, «la reducción de la emoción podría constituir
una fuente igual de importante para la conducta irracional». Los crímenes
pasionales, al menos, los podíamos comprender. Mucho más inquietantes resultan
quienes violan y matan porque simplemente no les importa.
Al poner su mente tan racional a trabajar
examinando la conducta irracional, Raine se suma a una larga lista de
pensadores que han intentado responder la pregunta de por qué la gente hace
cosas malas. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, hemos
echado la culpa a una malevolencia externa, como Satán o Iblís. Fue un médico
de Filadelfia del siglo XVIII, Benjamin Rush, quien rompió con la postura
tradicional de que la locura era una señal del pecado y la identificó como
enfermedad. Los abogados empezaron a referirse a la locura como «enfermedad
mental», y lucharon por que se aceptara como defensa penal. La oposición se
olía un problema con esto, como explica Nicole Rafter en su libro The Criminal Brain: «Si la mente pudiera enfermar, entonces
moriría, y el alma moriría con ella, todo lo contrario a la doctrina religiosa
de la inmortalidad del alma».
Poco a poco, sin embargo, la creencia en el Diablo
pasó de moda. En los siglos XIX y XX se propusieron nuevas explicaciones
respecto a por qué algunos de nosotros somos monstruos. El afamado criminólogo
italiano Cesare Lombroso clasificó a los criminales por «estigmas físicos»,
trazando diferentes tipos de cuerpo para los asesinos, los violadores y los
ladrones. El psiquiatra inglés Henry Maudsley declaró a los malhechores «una
clase distinta de seres», «marcados por una organización mental y física
defectuosa». Los frenólogos tipificaron los rasgos del carácter en función del
lugar de los chichones en la cabeza. Esta obsesión social con la clasificación
y la identificación con el fin de aislar a los criminales y restablecer la
«pureza» dio lugar a la eugenesia, culminada con la esterilización forzosa de
los «débiles mentales» y los horrores del régimen nazi.
Así que no resulta sorprendente que tras la Segunda
Guerra Mundial la psicología freudiana ocupara el centro del escenario: el Mal
no era biológico, sino que era fruto del entorno. Los criminales se sentían
culpables por haber deseado a sus madres, y cometieron crímenes para recibir el
castigo que merecían. La nurture
superó a la nature.
Pero hacia finales del siglo XX, dice Rafter, «Las
ciencias sociales empezaron a perder poder explicativo mientras que las
ciencias biológicas lo ganaban». Estamos menos interesados en castigar a los
criminales y más obsesionados con prevenir los crímenes. El trabajo vital de Raine
puede considerarse parte de esta tendencia. «Durante décadas, hemos puesto el
foco únicamente sobre el componente social en lo que respecta al crimen —la
privación, la vida de gueto, la discriminación—», dice. «Hemos ignorado
sistemáticamente una parte fundamental de la ecuación. El trabajo que he hecho
demuestra que hay causas biológicas».
Por ejemplo, la baja frecuencia cardíaca en reposo,
que es el vínculo con la conducta criminal que se repite de manera más
consistente. «Si tienes un bajo nivel crónico de excitación», explica Raine,
«irás en busca de estímulos. Lo conseguirás uniéndote a una banda, robando en
las tiendas, lo que sea. Hay un nivel óptimo de excitación, y todos lo
buscamos». Su teoría cuadra muy bien con la conversación que el asesino en
serie canadiense Peter Woodcock mantuvo con una reportera de la BBC, citada en The Psychopath Test:
●
Woodcock:
Solo quería saber qué se sentía al matar a alguien.
●
Reportera:
Pero usted ya ha matado a tres personas.
●
Woodcock:
Sí, pero eso fue hace años, y años, y años, y años atrás.
¿Pero saben quién más tiene bajas frecuencias
cardíacas? Los expertos en desactivación de explosivos. «Los que han sido
condecorados por su valentía tienen frecuencias cardíacas verdaderamente
bajas», señala Raine. «Los paracaidistas, también». Algunos cazadores de
estímulos encuentran maneras perfectamente sociales de obtener sus chutes.
Estos temerarios serían lo que Raine llama
«psicópatas exitosos». Hace unos años, decidió estudiar a personas que tuvieran
los rasgos de la lista de Hare, pero pasaran por personas corrientes. Para
encontrarlos, puso un anuncio clasificado: «Se buscan: personas encantadoras,
agresivas, sin preocupaciones que sean impulsivamente irresponsables pero se
les dé bien tratar con la gente y se preocupen sobre todo por sí mismos».
(Nota: Es perfectamente normal leer estas cosas y empezar a sopesar si eres una
psicópata —o te estás acostando con uno—). Otro terreno fértil fueron las
agencias de trabajo temporal. «Las personas en las agencias de trabajo temporal
son ocho veces más propensas a padecer trastorno de personalidad antisocial y
psicopatía que la población general», dice Raine. «Los psicópatas se mueven
mucho. Manipulan a las personas que les rodean, los usan, y después siguen
adelante. Así que las agencias temporales son un refugio seguro». (¿No
trabajaba tu cuñado en una agencia de trabajo temporal?)
Los psicópatas exitosos, como ha demostrado la
investigación de Raine, tienen algunos de los «hits» negativos de la estructura
cerebral de los no exitosos, pero exhiben una mayor función ejecutiva. No
presentan una reducción significativa de materia gris en la corteza prefrontal.
Raine cree que cuanto mejor funcione el lóbulo frontal, más inteligentes serán,
y más sensibles a las señales del entorno que predicen el peligro y la captura.
Eso los convierte también en unos capitalistas
ideales. La incidencia de la psicopatía en el mundo financiero es de cuatro
veces el de la población general. Los psicópatas son imprudentes; en las
apuestas, cuanto más apuestan más pierden. Carecen de los frenos de la conducta
que todos los demás tenemos. «Los individuos con rasgos psicópatas», dice el
estudio de Raine sobre psicópatas exitosos, «entran en la corriente general
laboral y gozan de provechosas carreras… mintiendo, manipulando y
desacreditando a sus colaboradores». Cerrar fábricas y destruir miles de
empleos requiere una cierta falta de empatía. Igual que generar hipotecas
sub-cero, o sugerir que una esposa ha acusado falsamente a su marido de abuso
infantil en un juicio por custodia.
Raine no dice que cualquier malformación en el
cerebro o anomalía genética garantice la psicopatía, sino que cree que la
ciencia terminará por definir cuáles lo hacen. Lo que sus estudios demuestran
hoy es la predisposición, la inclinación hacia el mal. Puede ser reforzada
teniendo unos malos padres o llevando una mala dieta; puede ser mitigada por un
ambiente positivo y una buena alimentación (pero no siempre: muchos psicópatas
crecen en hogares normales y afectuosos). Hay motivos para su cautela. «Tenemos
un historial de mal uso de la investigación en la sociedad», dice, citando el
Experimento Tuskegee.
Pero él no deja que la historia lo detenga. Aunque
el conocimiento del bien y del mal es lo que expulsó a Eva y Adán del Paraíso,
eso es exactamente lo que Raine está tratando de precisar.
Hay una parte del cerebro —la corteza orbitofrontal,
justo encima de los ojos, detrás de la frente— que está involucrada en la toma
de decisiones y el control de los impulsos. Los hombres presentan aquí una
reducción de volumen, dice Raine: «Y cuanto menor es el volumen de esa materia,
más antisocial y psicópata es la persona». Los hombres son diez veces más
propensos a cometer un asesinato. «Tratamos de explicarlo diciendo que socializamos
de forma diferente —que damos muñecas a las niñas y bates a los niños—. No
es del todo incorrecto, pero eso es sumado a las diferencias biológicas.»
(«Solo puedo decir esto porque soy hombre», añade).
Cualquier padre sabe que la socialización solo se
puede tener en cuenta para algunas diferencias entre los niños. Raine tiene dos
gemelos fraternos de 10 años. En el momento de nuestra entrevista, su mujer,
Jianghong Liu, profesora asociada en la Facultad de Enfermería de Pensilvania,
está en China pasando seis semanas. «Estoy solo en casa con los niños», dice
Raine. «Les estoy dando las mismas experiencias, me parece. Pero son como peras
y manzanas.»
Raine debe de ser un… padre interesante. Apenas lee
los periódicos. No ve la televisión, salvo para saber qué ven los niños. Cuando
le planteo una pregunta sobre Casey Anthony, me mira fijamente: «¿Quién?» «La
mujer en Florida acusada de asesinar a su hija de dos años», apunto. Se encoge
de hombros: «Hábleme de ella.» Lo hago. «Bueno, para empezar, me gustaría tener
un escáner cerebral de esta Casey Anthony», dice, «para ver si hay una
reducción de materia gris, una amígdala más pequeña. ¿Cuál es su frecuencia
cardiaca?» No es exactamente útil para Nancy Grace [una abogada televisiva].
Las amígdalas no cuentan un relato; no satisfacen nuestra ansia de héroes y
villanos, nuestra necesidad de echar la culpa. Pero quizá deberían. Por ahora,
hay al menos siete genes asociados con la conducta antisocial/agresiva que se
cree que influyen en la estructura del cerebro. Raine comprende por qué este
tema pone a la gente nerviosa. Especialmente en América, no nos gusta pensar en
la biología como un destino. «¡Te puedes convertir en lo que quieras!», le
exhortamos a nuestros hijos. ¿Cómo podría un pequeño querubín ser ya una mala
semilla?
Raine dice que lo estamos enfocando mal: «Todo el
mundo comete el error de decir: “Si es biológico, apaga y vámonos”. Pero
podemos hacer cosas para modificar el cerebro para bien». En Mauricio, sus
estudios han demostrado que mejorar las dietas de los niños y las oportunidades
educativas mejoran la futura conducta criminal. Ahora está dirigiendo un
estudio aleatorio de cuatro años con preadolescentes de Filadelfia que
presentan trastornos de la conducta, agresión y psicopatía, empleando escáneres
cerebrales para ver qué es más beneficioso, si los ácidos grasos omega-3, la
terapia cognitivo-conductual (TCC), o ambos.
La terapia cognitivo-conductual es un tema delicado
en lo que respecta a los psicópatas. Raine reconoce sus límites: «No podemos enseñarles a sentir empatía, pero
podemos enseñarles a comportarse como si la sintieran». El eticista y
experto en el cerebro Walter Sinnott-Armstrong, de la Universidad de Duke,
tiene dudas respecto a los beneficios. «Hay muy buenos estudios que demuestran
que los psicópatas no responden a la TCC», dice, «y que puede ser
contraproducente». Peter Woodcock le dijo a la BBC que a él sí le había
ayudado: «Aprendí a manipular mejor».
Ese es un riesgo con el que Raine está dispuesto a
vivir, por un simple motivo: América está fracasando en su guerra contra el
crimen. Él propone un nuevo enfoque: hacer un seguimiento de todos los niños con rasgos asociados a
la psicopatía. Insiste en que él habría querido saber si sus hijos los tenían,
aunque no los han sometido a pruebas. «No hemos llegado ahí todavía», dice.
«Pero dentro de 20 ó 30 años» —cuando sus hijos tengan hijos— «seremos capaces
de predecir la conducta criminal en las primeras etapas de la vida».
Es una idea radical, teniendo en cuenta que el New York Times publicó hace poco un
artículo sobre los riesgos éticos de someter a los niños a pruebas de colesterol alto. Pero con ese
seguimiento, dice Raine, los padres podrían tener una oportunidad: «Podrías
decir: eh, tu pequeño Johnnie tiene todas las opciones marcadas. Hay un 80% de
probabilidades de que se vaya a convertir en un peligroso psicópata. Lo
alejaremos de ti, trabajaremos con él. No lo ha hecho todavía, pero hay un 80%
de probabilidades de que arruine tu vida».
H. Gilbert Welch, del Instituto Darmouth, investiga
los problemas creados por el afán de la medicina por identificar de manera
temprana las enfermedades. Es escéptico respecto a la idea de Raine. «Si yo
quiero predecir una conducta criminal», dice, «denme factores sociales en vez
de genética. Aunque tengas un test predictivo fiable, hay muchas posibilidades
de hacer una clasificación incorrecta. Acabarás con un puñado de padres
preocupados cuando resulta que sus hijos están bien».
El bioeticista de Princeton Peter Singer lo ve de
otro modo. «Si los tests se vuelven suficientemente fiables», dice por email,
«creo que deberíamos considerar hacer el test de la psicopatía a todos los
niños. Acepto que haya un riesgo de estigmatización, pero también hay un riesgo
en no alertar a los padres y profesores de los posibles peligros…».
Le pregunto a Liz Spikol, abogada local de enfermos
mentales, qué opina de dicho test, esperando que estuviera en contra. No lo
está. «Esto va a sonar duro», dice, «pero con otras enfermedades mentales, como
la esquizofrenia o el trastorno bipolar, puedes tomar medicación y no
reincidir. Pero los psicópatas tienen un cableado que les impide tener
empatía». Ella estaría a favor de dichos tests si se demostrara que las
intervenciones existentes funcionan, aunque simpatiza con aquellos que tienen
diferentes tipos de cableado mental: «Siempre quieres pensar que la gente puede
cambiar, que puede ser rehabilitada». Su experiencia personal, sin embargo, le
ha dado una lección: «Algunas personas son un caso perdido».
Y añade enseguida: «Todo eso es en respecto a los
adultos. No lo diría de un niño».
La palabra «psicópata» viene del griego «alma en
pena», que demuestra lo terrible y «ajena» que es. ¿Quién puede imaginar lo que
Albert Fish, padre de seis hijos, pensaba en 1928 cuando convenció a los padres
de Grace Budd, de 10 años, para que le dejaran llevarla a una fiesta de cumpleaños?
Nunca volvieron a ver a Grace, pero seis años más tarde recibieron una carta de
Fish que describía con horripilante detalle qué había sido de ella:
“Primero le quité la ropa. Cómo daba patas, mordía
y arañaba. La estrangulé hasta la muerte, después la despedacé en trocitos para
poder llevarme la carne. La cociné y me la comí. Qué dulce y tierno era su culo
asado en el horno. Tardé nueve días en comerme todo el cuerpo. No me la follé,
aunque lo podría haber hecho si hubiese querido.”
Las teorías de Adrian Raine sobre las bases
biológicas del crimen palidecen al lado de semejante depravación. Él lo sabe.
«La retribución está concebida para que sea brutal con aquellos que vulneran
las normas. Hemos tenido éxito como especie porque hemos echado a los
pecadores. Queremos esa libra de carne».
Aunque Raine dice que el sistema de justicia penal
no tiene en cuenta en este momento la rueda de la fortuna genética: «La ley
asume que todos somos responsables, que todos podemos decidir, pero ¿tenemos
todos el mismo grado de libre albedrío? Podríamos decir: eres responsable de lo
que te ha tocado. Usted y yo tenemos más libre albedrío que otras personas. Si
cometemos un crimen, deberíamos recibir un castigo mayor».
A pesar de la oscura naturaleza de la investigación
de Raine, él es bastante alegre. Tal vez no se sumerja tan profundamente en el
mal. «Como seres humanos hemos aprendido más, hemos progresado», insiste.
«Desde el Renacimiento hasta ahora, nos hemos vuelto más nobles. Hemos liberado
a los enfermos mentales de sus cadenas». ¿Podrían los psicópatas ser los
siguientes?
No, si fuera por Sinnott-Armstrong, de Duke. «La
estructura cerebral no suprime la responsabilidad», dice. «Los psicópatas
tienen libre albedrío respecto a algunos actos, si no sobre todos los actos.
Cuando eligen lavarse los dientes por la mañana, son tan libres como usted o
como yo». Lo que suprimiría la responsabilidad, dice, es que fuesen incapaces
de apreciar que sus actos son moralmente incorrectos. «Y los cerebros criminales
no muestran una incapacidad de esa clase», dice.
Entonces, ¿qué hacemos con un criminal con todas
las marcas biológicas de Adrian Raine? Encerrarlo, dice Peter Singer, tenga
libre albedrío o no. «Podríamos considerarlo no tanto como un castigo, en el
sentido que implica responsabilidad moral, sino como una detención para evitar
que la persona agreda de nuevo, y disuadir a otros de cometer crímenes
similares».
Spikol está de acuerdo: «Tenemos derecho a proteger
al resto de la sociedad. Se trata de la seguridad pública. Hay personas que
tienen que ser confinadas».
¿Cuál es, entonces, el siguiente paso? ¿Y si
pudiésemos identificar a los psicópatas en el útero? «Esa es una pregunta
neuroética interesante», dice Raine. Ahora mismo, en América, el 92% de los
fetos diagnosticados con Síndrome de Down son abortados, y la trisomía 21 no
está asociada con el asesinato o la violación. ¿Cuál sería la tasa de abortos
para los Ted Bundys, Peter Woodcocks y Albert Fishes en potencia? ¿Cuál debería
ser?
Algunas
personas son un caso perdido. Pero no diría eso de un niño…
«Si tuviéramos un marcador fiable para la
psicopatía», dice Singer, «creo que se le podría ofrecer el test a las mujeres
embarazadas». Sinnott-Armstrong coincide, aunque le «asombraría» que dicho test
llegara a hacerse realidad. «Un padre debería ser capaz de tener el test, como
lo hacemos para la enfermedad, la altura e incluso el color de pelo».
¡¿El
color de pelo?!
«Creo que no está bien hacer eso», dice, «pero la
eugenesia —la política de eliminar los genes malos— no debería ser la política
del gobierno. Es un asunto familiar».
En cuanto a Raine, dice que estas son
conversaciones que hay que tener, ya que las evidencias de las causas
biológicas del crimen siguen acumulándose. Al mismo tiempo, sabe que es una
terrible injusticia a tener en cuenta: Un niño con un poco menos de cerebro
aquí, o un poco menos allá, termina causando un insoportable dolor a su familia
y a la sociedad. Pero oigan, no se molesten en sentir lástima por los
psicópatas.
Ellos no la sentirían por usted.
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