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DSM-5 y el universo psi: ¿diagnósticos a la medida del mercado?
La próxima edición del Manual de estadísticas y diagnóstico para los desórdenes mentales (DSM-5), biblia de la psiquiatría y psicología cognitiva en los EE.UU., considera al duelo y la rebeldía como enfermedades. “Es un forzamiento para patologizar y medicalizar a la comunidad”, dice el psicoanalista argentino Mario Goldenberg.
Por Pablo E. Chacón
15/03/12 - 16:34
En los Estados Unidos, paraíso de la ciencia aplicada y las
tecnologías de punta, nació en 1952 el Diagnostic and Statistical Manual
of Mental Disorders (DSM), biblia de la psiquiatría y de la psicología
cognitiva que ya lleva cuatro ediciones y una quinta, lista para su
venta en mayo de 2013. Sin embargo, el libraco (del cual se prevé una
primera tirada de un millón de ejemplares) es noticia casi con un año de
anticipación, por razones diversas, entre las más notorias, la
“elección” de nuevos trastornos que edición tras edición se suman a un
listado que si se quiere es un pésimo remedo del libro de los seres
imaginarios al que Jorge Luis Borges durante un tiempo dedicó sus
afanes.
Se sabe que el marketing y las estadísticas se asumen como
fundamento moral en la llamada democracia del norte, tanto en
cuestiones electorales, científicas como culturales. Y que la salud es
un insumo, del cual está excluida el 60 por ciento de la población de
ese país, que tiene la particularidad de cruzar los tres registros:
políticos, científicos y culturales. ¿Cómo ignorar entonces que el
duelo, la tristeza que acompaña la pérdida de alguien muy querido será
considerada desde el próximo año una “enfermedad”, al igual que la
rebeldía, bautizada “trastorno de oposición desafiante”, si para ambos
males también existirán sus correspondientes placebos farmacológicos,
esa próspera actividad, casi tanto como el tráfico de armas y de drogas
(ilegales)? Sin embargo, versiones del DSM-5 ya están siendo usadas en
los centros de salud -de varias partes del mundo- sin haber sido
presentado aún en sociedad.
En estos momentos son aproximadamente
300 los trastornos identificados por un grupo de “notables” (médicos,
psiquiatras, psiquiatras policías) pero la filtración del duelo y la
rebeldía como novísimos “disturbios emocionales” que hizo pública un par
de semanas atrás la revista especializada The Lancet, cayó mejor en los
laboratorios que entre ciertos profesionales que intentan otro tipo de
trabajo en USA, y ni hablar en Europa o América del Sur, que se ha
convertido, durante estos años, en una de las cabeceras de playa de la
resistencia a la medicalización de la vida que propone el manual.
Digámoslo así: el DSM es un instrumento para provocar un cortocircuito
entre las pasiones y el fondo de finitud que constituye al viviente: tal
cual si fuera una máquina.
Pero el peso del DSM reside en que se
ha convertido en una referencia no sólo para médicos (a los que se
supone ayuda a establecer diagnósticos) o aseguradoras (que se guían por
sus normas), sino para buena parte de la comunidad.
En
conversación con Ñ digital, el psicoanalista argentino Mario Goldenberg,
resultó explícito: “el próximo DSM, elaborado por la Asociación
Psiquiátrica Americana, es un forzamiento para patologizar y medicalizar
a la comunidad; una nueva reformulación clasificatoria que busca
ampliar a través del discurso de la ciencia las enfermedades mentales.
Trastornos, disforias, disfunciones. Es decir, intenta, bajo un disfraz
de términos científicos, una clasificación de lo inclasificable: el
padecimiento”.
El manual, considerado toda una institución, tiene
su influencia, si se tiene en cuenta, por ejemplo, que hasta 1974 la
homosexualidad figuraba en la lista de desórdenes; y que ahora que
debate asuntos complicados como la identidad de género en relación con
la transexualidad, o la compulsión a las compras o al sexo, en estos
casos, “inventos” diagnósticos que han dado lugar a prósperos servicios y
a negocios inmobiliarios. La cuestión es compleja, al punto que para
evitar presiones -o aceptarlas (de la industria farmacéutica,
aseguradoras, jueces, grupos religiosos y políticos)- el equipo asesor
fue obligado a firmar una cláusula de confidencialidad, que como indican
las filtraciones, no existe. ¿Por qué las filtraciones? La hipótesis
más consistente sostiene que las internas entre los psiquiatras alcanzan
para que los disidentes vean con alarma el altísimo nivel de medicación
a los que se somete a los pacientes.
Psicoanalista también,
Osvaldo Arribas dice que “parece ser un hecho que en el afán
clasificatorio del DSM de los Estados Unidos no se quiere dejar afuera
nada de ‘lo que nos pasa o nos puede pasar’. Este afán clasificatorio,
‘científico’, a cada síntoma un ‘trastorno’, es propio de USA, donde, al
mismo tiempo, se rechaza más y más al psicoanálisis. Y un claro ejemplo
es Siri Hustvedt, la mujer de Paul Auster, autora de ‘La mujer
temblorosa’ y ‘Elegía para un americano’. En el primero, habla de un
ataque histérico que la tomó hablando en un homenaje a su padre, hace un
recorrido por distintas opiniones científicas y cuenta que siempre le
dio pánico… analizarse. En el otro, el protagonista ¡es un analista!”.
Nacido
en California pero radicado en Gran Bretaña, el lacaniano Darian Leader
acaba de publicar -contra la doxa sanitaria- “La moda negra. Duelo,
depresión y melancolía” (editorial Sexto Piso): “En este libro argumento
que debemos renunciar al concepto de depresión como está enmarcado en
la actualidad. En cambio, debemos ver lo que llamamos depresión como un
conjunto de síntomas que derivan de historias humanas complejas y
siempre distintas. Estas historias involucrarán las experiencias de
separación y pérdida (…) Con el propósito de dar sentido a la forma en
que hemos respondido a tales experiencias, necesitamos tener las
herramientas conceptuales correctas; y éstas, creo, pueden ser
encontradas en las viejas nociones de duelo y melancolía”, escribe.
Psicoanalista
y escritor argentino, radicado en España desde 1976, Gustavo Dessal, se
alza contra este dispositivo que piensa al sujeto como un robot: “La
matanza perpetrada hace pocos días en Afganistán por un soldado
americano perteneciente a la base Lewis-McChord de Seattle, ha hecho
saltar el escándalo de los diagnósticos que los psiquiatras militares
emplean a la hora de evaluar los trastornos psíquicos de su personal”.
“La
base, que posee el récord en los Estados Unidos de soldados con
suicidios, asesinatos y enfermedades mentales, y el Madigan Army Medical
Center, el hospital que funciona en su interior, están siendo
investigados por la senadora Patty Murray, presidenta del Comité de
Veteranos de Guerra del Senado norteamericano, para determinar, entre
otras cosas, las razones por las que se les ha retirado el diagnóstico
de ‘trastorno de estrés post-traumático’ a 285 soldados de dicha base
que inicialmente habían sido calificados dentro de esa categoría. La
razón no ha tardado en aparecer: el Pentágono se ahorra unos cuantos
cientos de miles de dólares en tratamientos que debería proporcionar a
su personal afectado”.
“Lo interesante de esta historia, es que ya
no es necesario remontarse a los tiempos de (Josef) Stalin para
comprobar el papel que la psiquiatría puede llegar a cumplir como
instrumento del poder. Desde hace algunos años, no es novedad que un
inmenso sector de la psiquiatría mundial se ha convertido en ‘jardinero
fiel’ (para usar el título de la novela de John Le Carré) de los
intereses de la industria farmacéutica. El DSM ‘fabrica’ diagnósticos
conforme a las necesidades del mercado. En pocas palabras: los
laboratorios sacan una droga, y la psiquiatría justifica su empleo
creando una categoría diagnóstica ‘ad hoc’”.
“Y para redondear el
negocio, ¿qué mejor idea que convertir todo en ‘enfermedades’,
‘trastornos’ o ‘desórdenes’? No conformes con eso, los laboratorios han
encontrado un nuevo filón: la infancia. ¿Por qué esperar a que el
individuo crezca para convertirlo en consumidor de fármacos
psiquiátricos, si hay cientos de millones de niños en el mundo que
pueden ser clientes inmediatos? Sólo se necesita el concurso de
burócratas, técnicos y psiquiatras que comprendan el potencial en juego.
El DSM-5 incluye trastornos tales como la ‘rebeldía’ a la autoridad.
Los políticos, convertidos en siervos del poder económico global, ven
con interés la posibilidad de contar con una medicación,
‘científicamente’ avalada, para corregir desde la infancia todo asomo de
cuestionamiento. Mejor prevenir desde que los ciudadanos son pequeños,
especialmente ahora que vamos retornando a los índices de explotación y
servidumbre de los tiempos de Dickens. Stanislaw Lem, el escritor de
ciencia ficción, estaba en lo cierto cuando aseguró que el siglo XIX
había sido el de la revolución industrial, el XX el de la revolución
tecnológica, y el XXI el de la revolución química. El presidente de la
Sociedad Española de Psiquiatría, el doctor Jerónimo Saiz, está empeñado
en promover una campaña para que el gobierno apruebe una ley que
permita la administración de un antipsicótico llamado Xeplio, incluso
contra la voluntad del paciente. Orwell y Huxley se nos van quedando
cortos de imaginación”.
Luciano Lutereau no va a menos: “Mi
principal observación sobre el DSM es que sólo con torpeza se lo puede
reconocer como un manual de diagnóstico, ya que el carácter estático de
sus clasificaciones descriptivas desconoce el carácter de proceso que un
diagnóstico debe tener para ser preciso. Asimismo, un diagnóstico
siempre se hace en función de una orientación de tratamiento; si no,
deja de ser operativo y potencialmente se vuelve una herramienta de
control social. En tercer lugar, el DSM recae en una predicación sobre
el ser del sujeto a partir de la media, cuando el sufrimiento es aquello
que escapa a la norma. Aquí no sería desdeñable recordar los trabajos
de (Georges) Canguilhem que distinguen norma y normalidad. Pero los
usuarios actuales del DSM no sólo ignoran la historia de la medicina,
sino que dejaron a un lado lo más básico de la psiquiatría clásica y los
conceptos fundamentales de la psicopatología, a favor de una suerte de
conductismo farmacológico. Por último, una observación sobre el síntoma:
en el DSM, el síntoma es una conducta, un hábito, algo a corregir y no
una elección que implica a quien lo padece; por eso aquí las respuestas
son correctivas, y no apuestan a la capacidad electiva del ser
hablante”.
Y Carlos Gustavo Motta explica que “en todas las
ediciones del DSM es posible leer su orientación y espíritu. Su primera
edición apareció en 1952 y en ella el término reacción reflejaba la
influencia psicobiológica de Adolf Meyer, quien descarta la neurosis
ubicando, en cambio, trastorno, designándolo como una representación de
reacciones de la personalidad frente a factores psicológicos,
sociológicos y biológicos. La cuestión confirma la disputa de lo clásico
por lo nuevo y aquello que resulta complejo de leer frente a la
inmediatez de la filosofía pragmática cognitivista, que no es ni buena
ni mala, pero que esgrimida por ciertos profesionales perezosos a la
lectura, culmina siendo dañina en sus efectos terapeúticos”.
“La
clasificación del DSM más que facilitar, complica. A las tres
estructuras freudianas, neurosis, psicosis y perversión, se las elimina
para establecer una larga lista de afecciones que enumeradas bajo
modalidades particulares, concluyen en una encrucijada numérica y
fenoménica que bien le cabe en su título de estadístico y que permiten
vía libre de acceso a la psicofarmacología incluyendo al sujeto en una
cura pret-a-porter, ubicándolo en una profecía autocumplida,
excluyéndolo de su dimensión fantasmática. Es tanto el deseo de
distribuir el mundo entero según un código que una ley universal regirá
el conjunto de los fenómenos: dos hemisferios; cinco continentes;
masculino y femenino; animal y vegetal; singular y plural;
derecha/izquierda; cuatro estaciones; cinco sentidos, etcétera. Así, el
primer ajuste de la denominación en la salud mental del siglo XXI, el
postergado DSM-5, comenzará a regir tanto en los fueros judiciales (los
informes periciales, por ejemplo, se ajustan a esta característica)
como en las mentes brillantes o lo que resulta más inquietante, aquellos
profesionales que deben ajustarse a la norma para medicalizar y dejar
satisfechas sus almas inquietas, plenas de ‘furor sanandis’”.
Silvia
Elena Tendlarz dice que “Freud se ocupó de distinguir el duelo normal
del patológico. La tristeza forma parte del duelo, del lento recuento de
recuerdos que nos permite, recordando, olvidar. De los artistas y su
espíritu saturnino, pasando por la melancolía, con el nuevo DSM nos
encontramos con una metamorfosis: la tristeza por la pérdida de un ser
querido no es la expresión del dolor que posibilita nuevas formas de
encuentro sino que ahora es un trastorno, un desorden. Pero lo cierto es
que de ese desorden nadie queda a salvo: la vida y la muerte son lados
de una única moneda y dan sentido a la vida. Transformar al duelo en una
patología que debe ser medicada es impedir dar adiós en el tiempo que
cada uno necesita y volver a encontrar en los recuerdos a aquella
persona que fue parte de nuestras vidas”.
Por si quedara alguna
duda, en su viaje a los Estados Unidos Freud no vaciló en decir que el
psicoanálisis -en ese “mundo perfecto- podía ser una “peste”. Lo que no
se imaginó fueron los instrumentos que se dieron los oriundos para
inmunizarse.-
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Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/dsm-dsm5-psicologia-mercado-poder-diagnostico-psiquiatrico_0_664133801.html
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