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domingo, 14 de julio de 2013

CRIMINOGENICA: Las tríadas de la Criminología



CRIMINÓGENICA

LAS TRÍADAS DE LA CRIMINOLOGÍA
                                    

Objeto de la Criminología 
         El fenómeno criminal es el objeto de estudio de la Criminología, y en propiedad es al estudio de ese fenómeno a lo cual debería dedicarse la Criminología.  En puridad de conceptos, su más caro objetivo es discriminar y distinguir entre delincuentes y no-delincuentes; ese fue el propósito de Lombroso, hallar esa diferencia, y supuso encontrarla cuándo estableció la existencia de rasgos atávicos y ciertas peculiaridades psicológicas en individuos que habían delinquido; sin embargo, aún cuándo resultaron ser falsas e infundadas las características enunciadas como propias del delincuente, lo cierto es que señaló el camino a proseguir para hallar esa diferencia, y que ha seguido siendo transitado hasta hoy:  Estudios de gemelos, análisis cromosómicos, análisis neurológicos, análisis endocrinos, etc. Aún así, esa diferencia no ha sido hallada, ni siquiera mediante la observación de dimorfismos a nivel de determinadas partes del cerebro, o de la mayor o menor actividad de determinadas áreas del cerebro. Pareciera que perseguimos un fuego fatuo.
         Esa infructuosidad así referida ocurre igualmente cuándo se pretende hallar esa diferencia en las bases psíquicas y psicológicas del individuo, mucho más sí se pretende hallarla en atención al entorno social. No obstante, el fenómeno criminal está entre nosotros; se manifiesta constantemente, y hasta pareciera no resultar afectado ni por las medidas de política criminal que sean implementadas en su contra: Hasta por inercia, cuándo desaparece o aminora en un sitio o bajo una modalidad, es por cuanto reaparece o se incrementa en otro o en otra modalidad.  
         Rafael Garofalo, por su parte, otro de los padres de la Criminología, junto con Lombroso y Ferri, podría decirse que nos suministró el segundo de los objetos de esta disciplina científica: Determinar qué es el delito.
          A tal respecto, cabría señalar que fue Garofalo quién definió al delito cómo “…la lesión de aquella parte de los sentimientos altruistas fundamentales de piedad o probidad, en la medida media en que son poseídos por una comunidad, y que es indispensable para la adaptación del individuo a la sociedad.”
         Por supuesto, el tercer objeto nos vendría dado por Enrico Ferri, el control social, para quién al delincuente se le debían aplicar medidas en razón de su peligrosidad social, para neutralizarlo.
       Tengamos presente esta tríada criminológica, delito, delincuente y control social; ya recapitu-laremos sobre ella.

1.- ¿Qué es ‘delito’?
         La Criminología estudia algo cuyo alcance y contenido desconoce e ignora. Cómo ya vimos, Garofalo afirma que ‘delito’ es algo así como una entelequia:   Una lesión, inflingida en un sentimiento altruista fundamental de piedad o probidad, siempre que ese sentimiento lo posea una comunidad, y siempre y cuando que ese sentimiento sea indispensable para la adaptación del individuo a la sociedad. Vista hoy día, parece ampulosa, ambigua, extensa y hasta carente de validez epistemológica. No obstante, nos ofrece el substrato real de lo qué constituye ‘delito’: Una convención social.
         Recientemente discutíamos respecto a la pedofilia, y advertímos que un reducido grupo de personas eran quienes definían qué era pedofilia y qué no; advertímos igualmente que la homosexualidad había sido despojada de su carácter de trastorno mental, y que quienes la habían desestigmatizado eran los de ese mismo grupito, los redactores del "Manual de Clasificación de Trastornos Mentales" (en lo sucesivo, DSM, por sus siglas en inglés). Entonces, ocurre que para saber qué es delito no nos basta con acudir a los Códigos Penales, para así tener certeza jurídica respecto a qué es ‘delito’, sino que también se habrá de depender de la opinión de quienes redacten y formulen el DSM, lo cual es pernicioso y acientífico: La Criminología no puede depender del caprichoso arbitrio de terceros para saber qué es ‘delito’.
         De este modo, volviendo a las fuentes, advertímos igualmente que tanto la homosexualidad como la pedofilia pederástica son prácticas usuales y aceptadas socialmente en otras culturas, tanto antiguas como contemporáneas; pero ello no implica el que en nuestra actual sociedad contemporánea debamos aceptar socialmente sean practicadas ni la homosexualidad ni la pedofilia pederástica, así como tampoco que esos ‘ejemplos’ los erijamos como justificación para exaltarlas o apologizarlas.
      Sin embargo, es en esos ‘ejemplos’ dónde la definición de Garofalo sobre ‘delito’ comienza a adquirir significado para nosotros:   Sí el acto del cual se trata provoca repudio social en una sociedad entonces será delito, siempre y cuándo la pauta social quebrantada sea necesaria para la adaptación social del individuo. Empero, cómo ya advertímos, tanto la homosexualidad como la pedofilia pederástica son aceptadas socialmente en otras culturas; por tanto, habría que precisar qué es aquello qué “…es indispensable para la adaptación del individuo a la sociedad.”
         De manera pues, para efectuar la precisión así requerida sería menester acudir a las Constituciones Políticas de las diversas sociedades, pues es mediante ese instrumento dónde se específica cómo y para qué habrá de desenvolverse socialmente el individuo, qué se espera de él, y que esperará a cambio ese individuo de la sociedad a la cual pertenece. En principio, por ilustrar la cuestión, conforme a los preceptos constitucionales en boga, sí los niños han de ser protegidos en su integridad total, pareciera que la pedofilia será un acto execrable, no sólo porque debería ser repugnante y repudiable socialmente, sino por contrariar desideratum constitucional, además de innumerables pactos y tratados internacionales; respecto a la homosexualidad, la cuestión no está muy clara, debido a sus absurdos: 
         La expresión “orientación sexual” pareciera implicar que un individuo puede formar pareja con el objeto sexual que lo excita y satisface sexualmente, e implica que los Estados deben conferirle reconocimiento legal a esas parejas así formadas, y equipararlas en cuanto a sus efectos jurídicos a las formadas por un hombre y una mujer, en todo lo relativo a capacidad sucesoral o hereditaria, de adopción y filiación, así como a los fines impositivos o tributarios. Para obtener sus propósitos, la comunidad LGBT se deslastró de los pedófilos y de los BDSM*, excluyéndolos de su comunidad, distanciándose así de quiénes a su entender practican actos depravados; sin embargo, la ya señalada expresión, “orientación sexual”, implica igualmente que sí el objeto de deseo es un animal -bestialismo o zoofilia- al zoófilo se  le estarían vulnerando sus derechos humanos sí se le impide "casarse"* con su pareja, cómo de hecho acontece actualmente, con un hombre y su perro hembra de raza pastor*; así como implica igualmente que sí alguién quiere casarse con su fetiche, un pedazo de zapato agujereado, tampoco podrían impedírselo, así como tampoco podrían impedirle casarse con un cadáver o con un niño que aún amamante. Deben respetarles a todos esos trastornados sus inalienables derechos humanos.
         Por tanto, en el caso bajo cuestión, son las respectivas Constituciones Políticas de cada Estado el instrumento en cuya virtud se podría establecer qué se entiende por “familia”, qué es “matrimonio” y quienes pueden “casarse” entre sí; no resignarse a tolerar cómo se casan entre sí un individuo de la raza humana con un poste del tendido eléctrico, sólo por cuanto el pobre adolece de una terrible parafilia, o de hierro en la sangre. Entre los propósitos de la Agenda Gay están contemplados no sólo el adquirir reconocimiento legal para efectuar los denominados “matrimonios gays” o “igualitarios”, feminizando la sociedad sino, además, “sodomizarla”, rebajando o eliminando la edad del consentimiento sexual, tras lo cual pretenden también seguir avanzando desde la actual tolerancia social hacia una integración mutua e indiferenciada, con el resto de los miembros de la sociedad, borrando toda diferencia de género sexual como ya acontece en algunas escuelas suecas*, para así sumergirnos de lleno en mayor desorden y caos:  Algo así como ver a damas de alta alcurnia vestidas como rameras, o viceversa, y no poder distinguir unas de otras.
         Mientras tanto, los pedófilos pederastas y los BDSM ya han comenzado a exigir sus propias reivindicaciones, y hasta permean nuestra sociedad para relajar sus costumbres a través de los medios de comunicación; unos mediante pornografía infantil y otros mediante elegantes textos literarios, convertidos algunos de éstos en best sellers a nivel mundial, pero que en el fondo tratan sobre sadomasoquismo, y que muy pronto serán llevados a las pantallas cinematográficas, pese a apologizar la violencia de género*.

 2.- ¿Qué es un ‘delincuente’?
         Tenemos entonces un gran problema ante nosotros. Ignoramos qué es delito, pero queremos saber quién es un delincuente. Por convención, ‘delito’ es aquello que así ha sido tipificado penalmente; sin embargo, los criminólogos carecemos de una definición propia de lo que constituye ‘delito’; dependemos de otros para conocer cuál es el objeto de nuestro estudio, a no ser que asumamos como propio aquello que definió Garofalo como ‘delito’, y comencemos desde ya a confeccionar el listado de actos manifiestos que lo integraran:    
        Sin embargo, uno de los inconvenientes estribará en la inexis-
 tencia de una norma moral de carácter objetivo y universalmente aceptable que nos permita discriminar entre delito y lo qué no es delito; siendo así, el contenido de ese listado dependerá de la opinión pública, pero apenas esa opinión cambie o se modifique respecto a lo execrable de un acto en particular, esa lista deberá ser revisada y revisada hasta el infinito y hasta la saciedad, al modo de Sísifo, acarreando infatigablemente una roca hasta lo alto de una montaña todos los días de su vida, y que caerá sin poder sostenerla, día tras día;  o como la tela de Penélope, deshecha cada noche, para tejerla nuevamente cada alba.
         Algo parecido nos acontece con el DSM.  Antes del surgimiento de la Criminología como ciencia, abundaban estudios respecto a etiología criminal, criminogénesis, cartografía criminal, perfilación criminal, antropometría criminal, psiquiatría criminal, etc.; por supuesto, tales estudios recibían otras denominaciones, pero subsiste la validez de sus contenidos, así como subsiste la fama de esos investigadores:  Della Porta, Lavater, Quetelet, Guerry, Pinel, Pritchard, Gall o el propio Krafft-Ebing, quién describió clínicamente la pedofilia como psicopatía sexual por allá en el año 1886. No obstante, en virtud del DSM se pretende que algunas “anormalidades” no constituyen patología psiquiátrica, ni trastorno mental ni parafilia, entre ellas la propia pedofilia, y sin embargo incluyen como trastorno mental nimiedades tales como el depender anímicamente de la madre, orinarse en la cama, comer compulsivamente, tener disfunción eréctil o sentirse agobiado o "quemado" por el trabajo. ¿Dónde quedan los psicópatas? ¿Los sociópatas?  ¿Dónde los necrófagos, y tantos otros trastornados?  ¿y qué me dicen del ficticio TDAH*?  Pareciera ser cierta la acusación efectuada en contra de los redactores del DSM:   Los criterios diagnósticos del DSM son formulados en atención a los intereses de la industria farmacéutica*.
         Por tanto, la Criminología debe independizarse del resto de las disciplinas científicas, y adquirir su propia autonomía.  En lo que  respecta a qué habrá de considerar ‘delito’, proseguir la línea trazada por Garofalo, concordándola con la expresión de voluntad popular manifestada en la norma penal: La norma penal, al tipificar, expresa cuál es el sentimiento de una comunidad respecto a un acto manifiesto determinado.
         En lo que respecta al delincuente, considerar que un individuo pertenece a esa clase apenas incurra en un hecho calificado como delito, en un hecho tipificado legalmente como delito; no aguardar a que transcurra un arbitrario lapso de tiempo para cerciorarnos sí el sujeto es efectivamente un delincuente, o aguardar a que cometa otros delitos para calificarlo como delincuente, tal como pareciera sugerir el DSM para actuar penalmente en contra de un pedófilo:  Seis meses luego de la primera actividad sexual que involucre a un niño.
       Asimismo, como quiera que por efecto de la globalización, de la existencia misma de la Noosfera *  preconizada por Teilhard de Chardin, será dispar la opinión respecto a un mismo acto en esa sociedad globalizada, por confluir al unísono diversos credos religiosos así como diversas ideologías políticas, económicas, ético-morales, conjuntamente con un vastísimo conjunto de prejuicios, dogmas y supercherías; competerá entonces a la Criminología, con carácter exclusivo y excluyente, en esa sociedad globalizada, el determinar qué es delito y quién es delincuente.  Quizás nos hagan lobby las farmacéuticas también, pero ya es el tiempo para que nuestra disciplina trascienda del ámbito contemplativo y de la mera especulación, describiendo y enunciando rasgos y características, y salga a la arena, a luchar.

3.- ¿Qué es ‘control social’?
         Enrico Ferri responsabilizó a la sociedad por el delito; de modo similar, Jean Pinatel, en su “Sociedad Criminógena”. En cierto paralelismo, Ferri expuso su noción sobre la “temibilidad”, Pinatel sobre el “estado peligroso”; para ambos, es evidente que existe la denominada “proclividad criminal”. Ahora bién, habida cuenta de la existencia de esa “temibilidad”, de ese “estado peligroso”, es evidente igualmente entonces que a quién ostente ese carácter habrán de serles aplicadas medidas de política criminal,  para al menos neutralizarlo.
                           

                              Empero, todas estas nociones las hemos estado rumiando por siglos y siglos como sociedad, y nada; en la actualidad, a consecuencia del surgimiento de una miríada de derechos humanos, la aplicación de las medidas aquí aludidas se torna sumamente dificultoso; por ello, ese nuevo paisaje que contemplamos al acercarnos a ciertos recintos penitenciarios: Un nutrido grupo de reclusos asoleándose en la azotea del penal, portando armas de fuego, blandiéndolas.
    
      Por tanto, al igual que Sísifo, debemos comenzar otra vez, desde el principio. Olvidémonos del Dr. Spock* y su perniciosa permisividad; olvidémonos también de todo etiquetamiento de carácter psiquiátrico, por cuanto tanto la responsabilidad penal como la imputabilidad  atañen a todo sujeto, excepto que carezca de actividad cerebral o que evidentemente sufra de una absoluta y permanente demencia; olvidémonos, por ende de las doctrinas del libre albedrío y las de la determinación, resabios renacentistas, creencias sin ningún fundamento científico; olvidémonos asimismo de los derechos humanos, pero específicamente en cuanto al modo cómo están aplicados y explotados, pues para disciplinar necesariamente habrá que ser obligado el individuo a desarrollar y desplegar actividad dentro de los estrechos confines de determinadas pautas o parámetros, restringiendo su libertad de acción, y ya en nuestra pequeña aldea somos más de siete mil millones de personas, pisoteándonos unos a otros, pongamos un poco de orden; en fin, ocupémonos de socializar al individuo, para así poder entonces ejercer control social.
         Sin embargo, para socializar, hemos de conocer el contenido a ser impartido en ese proceso de socialización, tanto en los hogares, como en las escuelas; aún más, conocer ese contenido es imprescindible, pues de otro modo ignoraríamos cómo controlar el proceso mismo de la socialización, y discernir cuándo fue implementado adecuadamente y cuándo defectuosamente; del mismo modo, conociendo ese contenido a ser impartido es cómo podríamos aplicar correctivos a aquellos cuya socialización resultó defectuosa, bién sea por manifestar bullying o, simplemente, por delinquir: Conociendo ese contenido es cómo podríamos resocializar al individuo, pues no nos explicamos de qué otro modo podría ser resocializado un individuo, y de seguro no se resocializará espontáneamente, encerrándolo tras las rejas con un grupo de desadaptados o desviados sociales. Eso sólo ocurrió con el Conde de Montecristo, y fue ficticio.
         De manera pues, para ejercer control social, es harto evidente que es necesario conocer de antemano cuál es el contenido a ser impartido para socializar a todo individuo. Suponiendo que todo individuo al nacer sea una “tabula rasa”, como decían los antiguos, absorberá todo aquello difundido y divulgado en su propio entorno social: Violencia, drogas y sexo, durante las 24 horas, los siete días de cada semana; y sí no cuenta con aquello de la asociación diferencial, esa perniciosa exposición inexorablemente deberá conducirlo a manifestar en su  comportamiento el egocentrismo, la labilidad afectiva, la agresividad y la indiferencia afectiva a que se refiere Jean Pinatel, como componentes de la personalidad criminal y, en consecuencia, proclive al crimen, y candidato a ser resocializado.

4.- Epílogo
         Quizás toda sociedad sea criminógena. Siendo así, habrá entonces de impedirlo, y la única vía es dominando a la tríada criminológica.  Parece risible, pero una de las formas para dominarla es despenalizando atrocidades, barbaries y depravaciones, algo así como estaban haciendo con los pedófilos, a quienes les hicieron creer que eran castos y virtuosos, y éstos comenzaron entonces a eliminar todo vestigio y huella de sus perversiones, matando víctimas, para hacerse dignos del calificativo e impedir que los equiparasen con los pederastas; pero, en fin, despenalizando, habría menos delincuentes, bajarían ostensiblemente los índices delictivos.
         Otra vía para dominar la tríada criminológica, en cuanto se refiera al delincuente, es ocuparnos de las formas en vez del fondo de la cuestión: Tipificar cada día hasta la más mínima nimiedad, incrementando diariamente el número de hechos tipificados como delito; abstenerse de aplicar tratamiento penitenciario a quién ha delinquido, sin procurar en modo alguno que delinca nuevamente, o dejar en libertad a quién efectivamente delinque pero bajo la excusa de haber sido detenido o juzgado contraviniendo la ley o garantías constitucionales, o dejar en libertad a un delincuente cuándo alega perturbación mental pero sin someterlo a ningún tratamiento o, en fin, garantizar defensa pública ilimitada e incondicional y totalmente gratuita a los delincuentes, sin importar el número de veces que comparezcan a presentación cada semana ante los tribunales penales.  Ocupándonos de las formas, el sistema de justicia marchará a la perfección, full estadísticas; y en la realidad, la ciudadanía azotada por el hampa, totalmente agobiada.     
     
        Una tercera vía para dominar la tríada criminológica, esta vez en lo que se refiere al control social, es la buena intención: Sí el delincuente debe ser resocializado, es segregado entonces en un recinto carcelario dónde puede pernoctar con todos sus familiares, cada vez que éstos vociferen a todo pulmón que a su familiar se les están violando los derechos humanos, pero jamás se le resocializa; sí se sabe que en todas las carreteras hay bandoleros que asaltan como en la época de Robin Hood, matando y violando, entonces se colocan unos cuantos policías, pero en horas de oficina, cada cien o doscientos kilómetros, y los bandoleros actúan a su antojo a toda hora y por doquier, sin descanso; sí está prohibido por ley divulgar y difundir por cine y televisión contenido relacionado con drogas, alcohol o sexo, entonces nadie censura la programación y todos la disfrutan; sí la violencia escolar atosiga a nuestros niños, las autoridades les brindan entonces información mediante folleto explicativo y se marchan, sin más.  Los problemas no se solucionan solos, pero se hace el intento.
    De manera pues, sí la Criminología se mantiene estancada, sin trascender de lo casual explicativo, permaneciendo en la contemplación y la mera especulación, el futuro de nuestras sociedades será una aberrante y abominable mezcolanza: Nos convertiremos en una especie de bonobos*, chimpancés bisexuales que en vez de pelear o discutir todo lo arreglan con un coito, para evitar toda violencia; ligados con los Aghori shadu*, unos caníbales necrófagos ocupados de cuestiones espirituales, para  alcanzar la paz interior.
                                                      
                                     
      

        Pero ese no podría ser el futuro de nuestra sociedad, aún cuando sea criminógena. Sí existe una especie de conspiración para conducirnos al caos social o a la feminización de la sociedad, debemos desmantelarla. Dominemos la tríada criminológica, pero dominémosla eficiente y adecuadamente.

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