Fotoreportaje: Las Cristinas nunca duerme
14/09/2014
Esta serie fotográfica del periodista y
documentalista Jorge Benezra muestra el drama diario de la mayor mina de
oro de Venezuela. Una colonia multinacional de 30.000 mineros
artesanales, librados a su suerte y a lo que determinen la codicia y las
mafias locales, arrasan con lo que queda de humanidad y del medio
ambiente en ese sector al sureste del estado Bolívar. Las autoridades
observan pero apenas intervienen en ese coliseo en medio de la selva.
Pronto debe llegar la corporación china Citic a poner orden y a
producir.
Jorge Benezra
@JorgeBenezra
Armando.info
El
yacimiento aurífero de Las Cristinas, en el estado Bolívar (sureste de
Venezuela), a unos 15 kilómetros de la frontera con el Territorio
Esequibo que Guyana controla, y a 88 de las Colonias de El Dorado, es la
quinta mina de oro del mundo. Tiene unas reservas probadas cercanas a
las 17 millones de onzas, un botín que despierta la codicia de
cualquiera. Se sabe que el Estado venezolano la asignó a la corporación
china Citic, que debería reanudar en unos pocos meses la producción que
otrora estuvo a cargo de trasnacionales como Placer Dome, Vanessa
Ventures o Cristallex… Pero no será tan sencillo.
Hoy
Las Cristinas es el reino de la anarquía, es un lugar que nunca duerme.
Manda la ley del más fuerte. En sus entrañas hormiguean unos 30.000
mineros ilegales. Y siguen llegando a diario en autobuses y camiones.
Muchos de ellos son extranjeros. Vienen de Brasil, Trinidad, República
Dominicana, Perú, Guyana y Colombia. A todos, locales o foráneos, los
une el sueño compartido de una riqueza súbita. Cuando menos, que es el
caso más frecuente, obtienen lo suficiente para sobrevivir.
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Algunos son retenidos por los porteros que autorizan la entrada al yacimiento Las Cristinas |
Tropas de la Guardia Nacional Bolivariana y del Ejército custodian la
mina y las instalaciones del campamento aledaño. Pero es poco más que un
saludo a la bandera. Nada perturba a los buscadores de oro. El
perímetro militar es como la frontera del laissez faire. De y
hacia el exterior pasan camiones, motores, combustible, alimentos,
bebidas alcohólicas. Al interior las cosas son de quienes las toman,
casi siempre organizados en mafias. La valiosa nucleoteca, el archivo
geológico donde se guardaba toda la memoria de exploración de Las
Cristinas, es una ruina, desvalijada.
La minería ilegal no tiene límites. Es un paroxismo
colectivo que los precios del oro estimulan. Un kilo de oro ronda los
33.000 dólares americanos en el mercado internacional. Un equipo de
mineros, por rudimentario que sea, puede extraer diariamente unos 10 o
20 gramos. Por algo se habla de la fiebre del oro.
“Si la tierra brilla, allí estaremos”, dice Felix
Rodriguez, un minero con más de 20 años en la zona. “No nos importa
pagar vacuna a quien sea”.
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Trabajadores informales se encuentran
en una parada fuera de la mina, para abastecerse de insumos con el fin
de seguir trabajando |
En los últimos dos años la
población de El Callao, la puerta de entrada a la minería en el estado
Bolívar, pasó a superar el promedio nacional de asesinatos. La voracidad
se ha convertido en el gentilicio local. Para hacerle honor, los
pobladores explotan con desenfreno el territorio. Coltán, madera y oro
alimentan el delirio. Alrededor de cada explotación se congrega una
cadena criminal para controlar los suministros.
El costo de la vida vale
oro. No es una metáfora en Las Cristinas. En la zona se puede pagar 35
bolívares por litro de gasolina, 40 veces el precio oficial. En los
abastos no se registra la escasez ya típica de las ciudades. Todo se
consigue, pero los precios pueden ser tres o cuatro veces lo normal y
hay hasta quien paga con gramas de oro.
La salud de la población se
ve afectada especialmente por la absorción en el organismo de mercurio y
otros metales pesados que los mineros ilegales usan. El mercurio
contamina también las fuentes de agua. Las aguas de ríos oscuros como el
Cuyuní y Caroní arrastran el elemento que contamina y mata los peces,
que a su vez constituyen la base de la dieta de los pueblos ribereños.
Los niños son explotados en las minas. Hay prostitución y maltrato infantil.
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Siempre se trata de separar la arena para encontrar el oro |
Bárbara es una muchacha de 19 años venida de estado
Zulia, al otro extremo del país. Lleva viviendo los últimos cuatro meses
en una residencia de chicas en los campamentos mineros. Cuenta que
llegó a Las Cristinas con una amiga de su pueblo que tenía ya varios
meses de campaña y regresó al terruño con mucho dinero. “En los pocos
meses que tengo viviendo acá he ganado lo que tendría tras dos años
trabajando en la tienda de donde me botaron”.
Cada vez son más las historias de personas que son
explotadas sexualmente, que en su mayoría son mujeres y niñas, en torno a
los 15 o 17 años de edad, a las que trasladan de otras regiones del
país –incluso desde Caracas– a este borde resplandeciente de la Gran
Sabana. A menudo llegan engañadas con la promesa de un rentable trabajo
como domésticas. Terminan acomodándose, por necesidad, en la
prostitución.
Los réditos rápidos de la extracción del oro
convierten a gente sencilla en el lobo del hombre. Sobre el terreno la
vida es difícil. Pero las dificultades se soportan con el horizonte
ilusorio de la riqueza. América Latina, y dentro de ella, Venezuela,
tienen tradición blandiendo ese señuelo.
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Hay que sacar tierra en la búsqueda de la veta o filón del oro |
Para conocer esas
dificultades se hizo este trabajo. Han sido varias semanas de
investigación visitando los pueblos del sur de Venezuela donde se
concentra la actividad minera ilegal: Guasipati, El Callao, Tumeremo, El
Dorado y Las Claritas. Uno más complejo que el otro. Como la mayoría de
la explotación minera es ilegal, la presencia de periodistas no es
grata. Hace falta hacerse invisible ante las bandas delictivas que se
pelean el territorio y las propias autoridades. Es incontable el dinero
que está en juego.
Los mineros son gente como
cualquiera, que solo busca sobrevivir. Pero tienen miedo. De las mafias,
de los militares. Todo el mundo busca aprovecharse de ellos. Lo que extraes
con el sudor de tu frente tienes que compartido con esos grupos, es una
máxima que hay que seguir si se quiere vivir en las minas. Aquí no
existe ningún tipo de organismo de defensa de los derechos humanos. Todo
es explotación en este mundo que el resto del país se resiste en
reconocer.
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Una mujer iniciando la jornada con la batea en su cabeza, para lavar el oro |
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Panorámica del campamento Las Cristinas con los restos de lo que alguna
vez fue la nucleoteca donde se encontraban documentados los estudios de
exploración de la mina |
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Un trabajador artesanal metido en un pozo seleccionando las piedras que llevará al molino |
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Un minero muestra la amalgama de mercurio y oro |
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En la mano un pequeño grano, aproximadamente 4 gramos de oro producto de unas 12 horas de trabajo |
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Un minero lucha con la manguera, mejor conocida como “chupadera” |
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Un indígena metido en el agua tratando de conseguir algo de oro |
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Detalle de minero separando oro de la pala |
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Varios esperan su turno para entrar a trabajar en el pozo de la mina |
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Hay quien revisa con paciencia tratando de encontrar oro |
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La minería no tiene edad. Muchos niños y adolescentes dedican todo su dia a buscar oro en los yacimientos |
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Una pareja de jóvenes espera su turno para comenzar a trabajar |
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Panorámica de una mina en las riveras del rio Cuyuní. La actividad
minera ha deforestado miles de hectáreas y contaminado sus aguas |
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Maquinaria pesada utilizada en el proceso de extracción de oro |
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Efectivos del ejército chequeando a los mineros |
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Calle principal de Las Claritas |
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Trabajadoras sexuales instaladas a pocos metros de Las Cristinas |
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A través del río Cuyuní transportan combustible a los campamentos |
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Trabajadoras sexuales sirviendo tragos en la puerta del Bar |
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Plataformas de extracción en las riveras del río Cuyuní |
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Mineros atravesando ríos internos para llevar insumos al yacimiento de Las Cristinas |
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Mineros en la plaza esperando el transporte hacia la mina |
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Fuente: http://runrun.es/venezuela-2/154790/fotoreportaje-las-cristinas-nunca-duerme.html
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