FUNDAMERCED

martes, 6 de agosto de 2013

Criminogénica: Nuevo paradigma criminológico



LA PUNTA DEL ICEBERG:

Contra los sofistas: "Criminogénica", un nuevo paradigma criminológico


Autor: Fundamerced
Apología de Sócrates

         Sócrates fue un crítico acérrimo de todos aquellos quienes no hacían más que repetir lo afirmado por otros, sin aportar siquiera nuevo conocimiento y sin analizar siquiera esa afirmación, para contrastarla, pero para depurarla y obtener así un dato más acertado; y en la Criminología abundan quienes así actúan, cómo en cualquier otra disciplina científica. Sí está de moda la lobotomía, hasta un Nobel confieren al creador de la técnica; sí está de moda suponer que el delincuente es un ser atávico con rasgos simiescos, colman de honores al creador de la teoría; y así, hasta el infinito. El problema sobreviene cuando esa técnica o esa teoría caen en desgracia, pero un problema para los seguidores de esas técnicas o de esas teorías; no un problema para la Ciencia.                                            
Practicando lobotomía
                                                    
         Afortunadamente, el dato científico debe ser verificable, universal, objetivo. La Ciencia no está sujeta a caprichos, ni puede estar condicionada por creencias ni por  prejuicios ni por opiniones personales, aún cuándo esté sujeta a lo que Thomas S. Kuhn denomina paradigmas.
         En líneas generales, un paradigma es un modo de pensar, un modelo; y en el campo científico, paradigma es el conjunto de modelos o modos de pensar compartidos por los miembros de una comunidad científica, para determinar cuál es el objetivo y cómo debe ser observado, cuáles son las interrogantes a ser formuladas para hallar respuestas respecto a las incógnitas planteadas y cómo deben ser interpretados los resultados obtenidos.
         De este modo, tomando como ilustración un ejemplo dado por el propio Thomas S. Kuhn, la precesión de los equinoccios, en su libro “La Revolución Copernicana” (Ediciones Orbis,  1984, Volumen  II, Barcelona, España), sí observamos que el polo celeste se desplaza 0,5° cada siglo alrededor de las estrellas que se encuentran en el polo de la elíptica, formando una especie de circulo, y que esa trayectoria circular tarda 26.000 años para ser completada; ocurre que ese hecho será interpretado de modo diverso dependiendo del paradigma aplicable:  Sí fuese el ptolemaico, para interpretarlo eficazmente agregaríamos unas especies de esferas para explicar el fenómeno, pues supondríamos que la Tierra ocupa el centro del Universo, y todos los demás elementos celestes giran a su alrededor gracias a la existencia de una esfera u órbita en particular; una para la Luna, otra para el Sol, otras para las estrellas y los planetas, para un total de ocho; la novena la ocuparía esa precesión de los equinoccios.  Las distinguiríamos por sus velocidades respectivas, unas rotan en 23’ 56’’, otras en 26.000 años.  No obstante, pese a ser un dato inválido, incierto y falso, así fue pregonado por siglos desde todas las cátedras académicas, pues así estaba en los libros, y se supuso como válido hasta ser desvirtuado.
         Empero, nos ocupamos de la violencia, del mobbing.  La Criminología se ocupa de una tríada*: Delincuente, delito, control social.  En cambio, nosotros nos ocupamos de la exacerbación de la agresividad, de la violencia, y desde ese rasgo procuramos aprehender entonces la etiología del fenómeno criminal, buscar sus causas.  No andamos por allí repitiendo lo que pudiésemos haber leído en los libros: 
         Desde Lombroso hasta ahora, son innumerables las investigaciones que se han realizado en el campo de la Criminología, y ninguna pareciera haber resuelto la cuestión de fondo, qué es diferenciar y distinguir netamente al delincuente del no-delincuente; en cambio, se ha dejado avasallar por otras disciplinas científicas que hasta nos señalan a quienes debemos considerar delincuentes y a quienes no, cómo es el caso de los psicólogos y psiquíatras, avalados por un Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales (DSM*, por sus siglas en inglés), cuya validez se encuentra en entredicho y sumamente cuestionada:
         Son ficticias algunas de las enfermedades catalogadas en el DSM, cómo es el caso del Trastorno de Déficit de Atención por Hiperactividad (TDAH*); asimismo, los criterios diagnósticos parecieran obedecer más bién a los intereses de las industrias farmacéuticas y no al de los pacientes, para así eternamente recetarles medicamentos que pudiesen resultar hasta adictivos, cómo es el caso del metilfenidato*; del mismo modo, por incluir y excluir comportamientos dentro del catálogo casí arbitraria y caprichosamente, por no sujetarse cabalmente a un riguroso método científico, cómo es el caso de los trastornos alimenticios, los trastornos por duelo, etc., y cómo es el caso de los pedófilos*, los sadomasoquistas y un sin fin  de orates que deambulan por nuestras calles asegurando que están cuerdos, por qué así se lo dijo su psiquiatra.  
         De modo pues, tenemos ante nosotros una realidad; pero también tenemos ante nuestros ojos unas gríngolas que nos impiden verla en toda su dimensión, entorpecida además por una errónea interpretación de los Derechos Humanos en cuanto a su aplicación, por cuya causa ni disciplinar se puede a los individuos. Ese es el origen de la violencia que vivimos cotidianamente en nuestras sociedades: 
         A la mayor o menor capacidad del sujeto para refrenarse a sí mismo, por lo cual fluye entonces libremente todo egocentrismo en la misma proporción de esa incapacidad suya para refrenar su agresividad, siendo indiferente afectivamente en mayor o en menor medida todo los demás excepto uno mismo, y pasando de un estado anímico a otro, al modo de unas caretas o máscaras, usadas cuándo pasamos de un rol social a otro: Una cuándo depredamos, otra cuándo nos interrelacionamos pacíficamente en nuestros propios circulos sociales, conviviendo con familiares, amigos o compañeros en nuestro sitio de trabajo. Esta es la base y el fundamento de la teoría de la personalidad criminal.
         Por tanto, la Criminología debería aprehender la totalidad de la realidad del fenómeno criminal, no parcialidades ni pequeñas parcelas de ésta; asimismo, debería definir por sí misma cuál es su objeto, sin aguardar a que otros se lo definan; en estas cuestiones radicaría el cambio paradigmático.  Recientemente un pedófilo nos aseguró que él era un pedófilo "casto" y "virtuoso", y fue cuándo caímos en cuenta qué esas supuestas castidad y virtuosidad sólo podrían sostenerse sí nadie acusaba a ese pedófilo de haber cometido un acto pederástico: Sí nadie lo acusaba de pederasta, era entonces un santo pedófilo.  En consecuencia, para mantenerse casto y virtuoso era necesario que ese pedófilo se garantizase de cualquier modo el silencio de su víctima, comprándolo, o eliminándola. Simple, una de dos opciones. Pero un criminólogo se enterará de qué alguién es pedófilo cuándo así sea diagnosticado clínicamente, cuándo éste haya permanecido durante seis meses en constante excitación sexual pedófila, quizás hasta satisfaciéndola materialmente, pues de otro modo no podría ser catalogado clínicamente como pedófilo conforme al DSM.
         Empero, la realidad opera con total prescindencia de los criterios diagnósticos del DSM; será pedófilo todo aquél que ejecute un acto pederasta*; los pedófilos castos no existen, así como tampoco existen los pedófilos virtuosos; existen sí, pedófilos que no han sido denunciados por la comisión de actos pederásticos, y otros que efectivamente han sido denunciados como pedófilos pederastas. Es carente de sentido y de toda validez la distinción que en psiquiatría pretende establecerse respecto a los pedófilos castos y virtuosos y los pedófilos pederastas, sublimando* a unos en desmedro de otros; la distinción implica sólo la existencia de alguién que testifique en contra, de alguién que pueda destruir con su testimonio la “castidad” y la “virtuosidad” del pedófilo.
         Por supuesto, sí vemos el caso del Kent y la Barbie* canadiense  esa consecuencia salta a la vista: Sí una de las  víctimas de Paul Bernardo no escapa y sobrevive al cautiverio y las torturas sexuales a las que estaba sometida, y sí la propia cómplice de éste no lo delata ante la policía, Paul Bernardo siguiese conviviendo tranquila y placidamente entre sus vecinos y ni siquiera sería considerado un pedófilo ni un pedófilo pederasta, cómo también lo estaría haciendo el Monstruo de Cleveland, Ariel Castro, el sujeto enjuiciado y condenado recientemente por secuestrar y mantener como esclavas sexuales a tres jóvenes durante años. La Criminología debe definir por sí misma cuál es su objeto de estudio; afirmar qué es el delincuente resulta vacuo.
         Igualmente, debe definir por sí misma cómo interpretar esa realidad que aprehende; nosotros afirmamos que la violencia escolar, el bullying, es una nueva faceta del fenómeno criminal, pero no pasa de ser una mera opinión nuestra. No obstante, correlacionar las desapariciones de individuos con el turismo sexual y las películas snuff resulta elemental, evidente; no es una mera opinión nuestra, es algo que salta a la vista.
         Sin embargo, la Ciencia Oficial afirma que efectuar esa correlación en particular constituye una muestra de desinformación; las desapariciones parecieran no estar relacionadas ni con el turismo sexual ni con las películas “snuff”; habrá que preguntarles entonces a los pedófilos pederastas, pues los muertos no hablan, a no ser que su muerte haya sido registrada mediante video, cómo es el caso de las niñas de Alcácer*. Esperamos equivocarnos; sin embargo, esa correlación es correcta. Es cómo descubrir que sumar dos más dos es igual a cuatro, o que el Sol sale por el Este.
         Así pues, para no extendernos más, suponemos que el nuevo paradigma en Criminología será el “criminogénico”: Hallar la acción que impida la existencia del fenómeno criminal, un elemento que pudiese estar en el proceso de socialización del individuo. La violencia está en cada uno de nosotros; quizás la sociedad sea criminógena, como afirmó Pinatel, pero la violencia está en cada uno de nosotros, y no casualmente en nuestros genes; por consiguiente, será desde allí desde dónde podríamos evitar surja esa violencia que a su vez genera al fenómeno criminal. 

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