LA
PUNTA DEL ICEBERG:
Contra los sofistas: "Criminogénica", un nuevo paradigma criminológico
Autor: Fundamerced
Apología de Sócrates |
Sócrates fue un crítico acérrimo de todos
aquellos quienes no hacían más que repetir lo afirmado por otros, sin aportar
siquiera nuevo conocimiento y sin analizar siquiera esa afirmación, para
contrastarla, pero para depurarla y obtener así un dato más acertado; y en la
Criminología abundan quienes así actúan, cómo en cualquier otra disciplina científica. Sí
está de moda la lobotomía, hasta un Nobel confieren al creador de la técnica;
sí está de moda suponer que el delincuente es un ser atávico con rasgos
simiescos, colman de honores al creador de la teoría; y así, hasta el infinito.
El problema sobreviene cuando esa técnica o esa teoría caen en desgracia, pero
un problema para los seguidores de esas técnicas o de esas teorías; no un
problema para la Ciencia.
Practicando lobotomía |
Afortunadamente, el dato científico
debe ser verificable, universal, objetivo. La Ciencia no está sujeta a
caprichos, ni puede estar condicionada por creencias ni por prejuicios ni por opiniones personales, aún
cuándo esté sujeta a lo que Thomas S. Kuhn denomina paradigmas.
En líneas generales, un paradigma es
un modo de pensar, un modelo; y en el campo científico, paradigma es el conjunto de modelos o
modos de pensar compartidos por los miembros de una comunidad científica, para
determinar cuál es el objetivo y cómo debe ser observado, cuáles son las
interrogantes a ser formuladas para hallar respuestas respecto a las incógnitas
planteadas y cómo deben ser interpretados los resultados obtenidos.
De este modo, tomando como ilustración un ejemplo dado
por el propio Thomas S. Kuhn, la precesión de los equinoccios, en su libro “La
Revolución Copernicana” (Ediciones Orbis,
1984, Volumen II, Barcelona,
España), sí observamos que el polo celeste se desplaza 0,5° cada siglo
alrededor de las estrellas que se encuentran en el polo de la elíptica, formando
una especie de circulo, y que esa trayectoria circular tarda 26.000 años para
ser completada; ocurre que ese hecho será interpretado de modo diverso dependiendo
del paradigma aplicable: Sí fuese el
ptolemaico, para interpretarlo eficazmente agregaríamos unas especies de esferas para explicar el fenómeno,
pues supondríamos que la Tierra ocupa el centro del Universo, y todos los demás
elementos celestes giran a su alrededor gracias a la existencia de una esfera u
órbita en particular; una para la Luna, otra para el Sol, otras para las
estrellas y los planetas, para un total de ocho; la novena la ocuparía esa
precesión de los equinoccios. Las
distinguiríamos por sus velocidades respectivas, unas rotan en 23’ 56’’, otras
en 26.000 años. No obstante, pese a ser
un dato inválido, incierto y falso, así fue pregonado por siglos desde todas
las cátedras académicas, pues así estaba en los libros, y se supuso como válido hasta ser desvirtuado.
Empero, nos ocupamos de la violencia,
del mobbing. La Criminología se ocupa de
una tríada*: Delincuente, delito, control social. En cambio, nosotros nos ocupamos de la
exacerbación de la agresividad, de la violencia, y desde ese rasgo procuramos
aprehender entonces la etiología del fenómeno criminal, buscar sus causas. No andamos por allí repitiendo lo que
pudiésemos haber leído en los libros:
Desde Lombroso hasta ahora, son
innumerables las investigaciones que se han realizado en el campo de la
Criminología, y ninguna pareciera haber resuelto la cuestión de fondo, qué es
diferenciar y distinguir netamente al delincuente del no-delincuente; en
cambio, se ha dejado avasallar por otras disciplinas científicas que hasta nos
señalan a quienes debemos considerar delincuentes y a quienes no, cómo es el
caso de los psicólogos y psiquíatras, avalados por un Manual Diagnóstico y Estadístico
de Enfermedades Mentales (DSM*, por sus siglas en inglés), cuya validez se
encuentra en entredicho y sumamente cuestionada:
Son ficticias algunas de las
enfermedades catalogadas en el DSM, cómo es el caso del Trastorno de Déficit de
Atención por Hiperactividad (TDAH*); asimismo, los criterios diagnósticos
parecieran obedecer más bién a los intereses de las industrias farmacéuticas y
no al de los pacientes, para así eternamente recetarles medicamentos que
pudiesen resultar hasta adictivos, cómo es el caso del metilfenidato*; del mismo
modo, por incluir y excluir comportamientos dentro del catálogo casí arbitraria
y caprichosamente, por no sujetarse cabalmente a un riguroso método científico,
cómo es el caso de los trastornos alimenticios, los trastornos por duelo, etc.,
y cómo es el caso de los pedófilos*, los sadomasoquistas y un sin fin de orates que deambulan por nuestras calles
asegurando que están cuerdos, por qué así se lo dijo su psiquiatra.
De modo pues, tenemos ante nosotros
una realidad; pero también tenemos ante nuestros ojos unas gríngolas que nos
impiden verla en toda su dimensión, entorpecida además por una errónea interpretación
de los Derechos Humanos en cuanto a su aplicación, por cuya causa ni
disciplinar se puede a los individuos. Ese es el origen de la violencia que
vivimos cotidianamente en nuestras sociedades:
A la mayor o menor capacidad del sujeto para refrenarse a sí mismo, por lo cual fluye entonces libremente todo egocentrismo en la misma proporción de esa incapacidad suya para refrenar su agresividad, siendo indiferente afectivamente en mayor o en menor medida todo los demás excepto uno mismo, y pasando de un estado anímico a otro, al modo de unas caretas o máscaras, usadas cuándo pasamos de un rol social a otro: Una cuándo depredamos, otra cuándo nos interrelacionamos pacíficamente en nuestros propios circulos sociales, conviviendo con familiares, amigos o compañeros en nuestro sitio de trabajo. Esta es la base y el fundamento de la teoría de la personalidad criminal.
Por tanto, la Criminología debería aprehender la
totalidad de la realidad del fenómeno criminal, no parcialidades ni pequeñas
parcelas de ésta; asimismo, debería definir por sí misma cuál es su objeto, sin
aguardar a que otros se lo definan; en estas cuestiones radicaría el cambio paradigmático. Recientemente
un pedófilo nos aseguró que él era un pedófilo "casto" y "virtuoso", y fue
cuándo caímos en cuenta qué esas supuestas castidad y virtuosidad sólo podrían
sostenerse sí nadie acusaba a ese pedófilo de haber cometido un acto
pederástico: Sí nadie lo acusaba de pederasta, era entonces un santo
pedófilo. En consecuencia, para
mantenerse casto y virtuoso era necesario que ese pedófilo se garantizase de cualquier modo el
silencio de su víctima, comprándolo, o eliminándola. Simple, una de
dos opciones. Pero un criminólogo se enterará de qué alguién es pedófilo cuándo
así sea diagnosticado clínicamente, cuándo éste haya permanecido durante seis meses en constante
excitación sexual pedófila, quizás hasta satisfaciéndola materialmente, pues de
otro modo no podría ser catalogado clínicamente como pedófilo conforme al DSM.
Empero, la realidad opera con total
prescindencia de los criterios diagnósticos del DSM; será pedófilo todo aquél
que ejecute un acto pederasta*; los pedófilos castos no existen, así como
tampoco existen los pedófilos virtuosos; existen sí, pedófilos que no han sido
denunciados por la comisión de actos pederásticos, y otros que efectivamente
han sido denunciados como pedófilos pederastas. Es carente de sentido y de toda
validez la distinción que en psiquiatría pretende establecerse respecto a los
pedófilos castos y virtuosos y los pedófilos pederastas, sublimando* a unos en desmedro de otros; la distinción implica
sólo la existencia de alguién que testifique en contra, de alguién que pueda
destruir con su testimonio la “castidad” y la “virtuosidad” del pedófilo.
Por supuesto, sí vemos el caso del
Kent y la Barbie* canadiense esa
consecuencia salta a la vista: Sí una de las víctimas de Paul Bernardo no escapa y
sobrevive al cautiverio y las torturas sexuales a las que estaba sometida, y sí la
propia cómplice de éste no lo delata ante la policía, Paul Bernardo siguiese conviviendo
tranquila y placidamente entre sus vecinos y ni siquiera sería considerado un pedófilo
ni un pedófilo pederasta, cómo también lo estaría haciendo el Monstruo de Cleveland, Ariel Castro, el sujeto enjuiciado y condenado recientemente por
secuestrar y mantener como esclavas sexuales a tres jóvenes durante años. La
Criminología debe definir por sí misma cuál es su objeto de estudio; afirmar
qué es el delincuente resulta vacuo.
Igualmente, debe definir por sí misma cómo
interpretar esa realidad que aprehende; nosotros afirmamos que la violencia
escolar, el bullying, es una nueva faceta del fenómeno criminal, pero no pasa
de ser una mera opinión nuestra. No obstante, correlacionar las desapariciones
de individuos con el turismo sexual y las películas snuff resulta elemental,
evidente; no es una mera opinión nuestra, es algo que salta a la vista.
Sin embargo, la Ciencia Oficial afirma
que efectuar esa correlación en particular constituye una muestra de
desinformación; las desapariciones parecieran no estar relacionadas ni con el
turismo sexual ni con las películas “snuff”; habrá que preguntarles entonces a
los pedófilos pederastas, pues los muertos no hablan, a no ser que su muerte
haya sido registrada mediante video, cómo es el caso de las niñas de Alcácer*.
Esperamos equivocarnos; sin embargo, esa correlación es correcta. Es cómo descubrir que sumar dos más dos es igual a cuatro, o que el Sol sale por el Este.
Así pues, para no extendernos más, suponemos
que el nuevo paradigma en Criminología será el “criminogénico”: Hallar la
acción que impida la existencia del fenómeno criminal, un elemento que pudiese
estar en el proceso de socialización del individuo. La violencia está en cada
uno de nosotros; quizás la sociedad sea criminógena, como afirmó Pinatel, pero
la violencia está en cada uno de nosotros, y no casualmente en nuestros genes; por consiguiente, será desde allí desde dónde podríamos evitar surja esa violencia que a su vez genera al fenómeno criminal.
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