Discere
Educar las emociones, otra tarea de la escuela
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No podemos elegir muchos aspectos
de nuestra vida, pero nada ni nadie es lo bastante poderoso para
impedir que escojamos nuestros pensamientos y nuestras emociones.
Gabriel García Márquez
La educación
siempre ha fincado su campo de acción en los conocimientos y en el
coeficiente intelectual del alumno para acceder al aprendizaje de los
mismos, dejando de lado la práctica de ese conocimiento, a la que ahora
afortunadamente se le está dando atención, y olvidando también elementos
tan importantes como los sentimientos y las emociones, a pesar de que
el maestro trabaja constantemente con ellas. Según Goleman, tenemos dos
mentes, una que piensa y otra que siente y ambas deben ser atendidas sin
que predomine una sobre la otra.
El estudio de los sentimientos y las emociones empezó a tener importancia en 1983, cuando Howard Gardner, con su teoría de las “Inteligencias Múltiples”, dio a conocer
un nuevo enfoque al considerar que existían ocho tipos de
inteligencias. Dos de ellas, la interpersonal y la intrapersonal, fueron
objeto de las investigaciones de Peter Salovey y John Mayer que en 1990
proponen el concepto de “Inteligencia Emocional”, definiéndola como:
“Una forma de inteligencia social que implica la habilidad para dirigir
los propios sentimientos y emociones y los de los demás, saber
discriminar entre ellos, y usar esta información para guiar el
pensamiento y la propia acción”. No obstante, fue Daniel Goleman y su exitoso libro, “Inteligencia Emocional”,
quien incidió en la necesidad de conocer y educar las emociones, con un
enfoque diferente. En él afirma que las personas exitosas socialmente y
con un buen control de su vida son las que tienen una mayor
inteligencia emocional.
Los especialistas dicen que nuestro
cerebro tiende a pensamientos negativos como una manera de estar alerta
para poder defenderse de los peligros del
entorno, pero es posible educarlo para que modifique esa tendencia y
piense en positivo. También afirman que cuando nos sentimos deprimidos,
ansiosos o infelices, transmitimos estas emociones a los demás, con lo
cual las relaciones sociales
se deterioran y acabamos actuando de una forma agresiva y conflictiva.
Esta dinámica se da con frecuencia al interior del salón de clases
cuando el maestro o los alumnos no pueden gestionar adecuadamente sus
emociones. Hoy se sabe que el cerebro tiene la capacidad de modificarse
con el aprendizaje, por lo que con un correcto entrenamiento se
mejoraría la inteligencia intrapersonal e interpersonal de los
estudiantes y con ello mejorarían las relaciones en la comunidad educativa.
La preocupación normal de cualquier
profesor es lograr que sus alumnos estén abiertos al conocimiento para
poder aprender con mayor facilidad, pero en muchas ocasiones esto no es
posible puesto que su cerebro está bloqueado por una serie de
sentimientos que no pueden manejar, provocados por un contexto violento,
con familias disfuncionales, continuos maltratos o agresiones en el
hogar, y que interfieren notablemente con su aprendizaje. Es muy triste
que los niños no estén recibiendo en su familia ese cariño y
tranquilidad que les otorgaría una gran seguridad en su vida diaria, y
también lo es el hecho de que los padres
no sean el modelo de inteligencia emocional a seguir; al contrario, las
conductas agresivas son una constante en el hogar, por lo que, además
del mal ejemplo, aconsejan a sus hijos que se defiendan a golpes en caso
de ser molestados.
Ante ese panorama, la escuela se
convierte en el recinto ideal para educar las emociones, empezando por
los profesores, ya que si el maestro tiene estabilidad estará en
posibilidad de desarrollar la madurez emocional de sus alumnos. Esta
educación de la inteligencia emocional consiste en enseñarlos a
identificar sus sentimientos y las reacciones que provocan, para que
aprendan a controlarlos y canalizarlos; todo esto se reflejará en la
mejora de logros académicos y en el saludable ambiente social de la clase. Lo ideal sería también que esta misma enseñanza la recibieran los padres de familia.
La educación de las emociones ayudaría a prevenir la depresión, la ansiedad, la violencia, el acoso escolar
y muchas otras situaciones conflictivas, que han ido en aumento día con
día y que están íntimamente ligadas al mundo de los sentimientos. Son
problemas que se están atendiendo de una manera limitada, enfocándose
únicamente en la situación y sin llegar a la raíz del problema; sin que
el maestro, los padres de familia o los alumnos tengan al mismo tiempo
el entrenamiento que les ayude a modificar conductas negativas
aprendidas y que son las causantes de dichos conflictos.
La escuela del siglo
XXI deberá ampliar su ámbito de acción e incluir en su currículum,
además del componente intelectual, que es lo que realmente debe
trabajar, una formación en la salud
física y ambiental, educación en valores y el desarrollo de la
inteligencia emocional de los alumnos, aspectos éstos que debieran ser
prerrogativa de los padres de familia, pero que lamentablemente se están
delegando a la escuela, a la que no le queda más remedio que asumirlas
para no dejar a los alumnos en situación de vulnerabilidad; mientras
tanto los maestros esperan y confían en que un día no lejano, las
familias recuperen de nuevo el papel de formadoras de sus hijos y le
dejen a la escuela únicamente la parte de la formación intelectual.
petrallamasgarcia@hotmail.com Twitter: @petrallamas
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Fuente: http://www.lja.mx/2013/05/discere-educar-las-emociones-otra-tarea-de-la-escuela/
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