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lunes, 16 de junio de 2014

La niƱa de Pataya

LA NIƑA DE PATAYA

Mario Vargas Llosa - 29 OCT 2000
 
 
                                                    

Empleado modelo de los transportes pĆŗblicos franceses segĆŗn sus jefes y compaƱeros de trabajo, el parisino Amnon Chemouil, solterĆ³n de 48 aƱos, descubriĆ³ en 1992 los encantos de Tailandia. No los de su bravĆ­o paisaje tropical, ni los de su antiquĆ­sima civilizaciĆ³n y sus templos budistas, sino los del sexo fĆ”cil y barato, una de las industrias florecientes del paĆ­s. En el balneario de Pataya, a poca distancia de Bangkok, pudo hacer el amor con prostitutas muy jĆ³venes, por las que siempre sintiĆ³ predilecciĆ³n. Desde entonces, decidiĆ³ pasar sus vacaciones en aquel paraĆ­so exĆ³tico, al que volviĆ³ en 1993 y 1994.  En el tercero de sus viajes, conociĆ³ en un bar de Pataya a otro turista sexual, el suizo Viktor Michel, tambiĆ©n un entusiasta, en materia amorosa, de la juventud, o, mĆ”s bien, de la niƱez, principalmente masculina. Incitado por su flamante y experimentado amigo a iniciarse en los placeres de la pedofilia, Amnon Chemouil consintiĆ³. Viktor se encargĆ³ de todo: encontrĆ³ a la celestina y tomĆ³ un cuarto de hotel. AquĆ©lla compareciĆ³ a la cita con una sobrinita de once aƱos y desplegĆ³ ante los clientes el abanico de servicios que la niƱa podĆ­a ofrecer, con las correspondientes tarifas. Amnon escogiĆ³ la felaciĆ³n, que era una verdadera ganga: apenas el equivalente de 125 francos (unas 3.100 pesetas). Pese a que la niƱa lloriqueĆ³ un poco al principio, porque querĆ­a ver la televisiĆ³n en vez de trabajar, el parisino quedĆ³ tan satisfecho, que, ademĆ”s de pagar lo pactado a la tĆ­a-alcahueta, dio a la pequeƱa un propina de 25 francos. Todo lo sucedido en aquel cuartito de hotel de Pataya quedĆ³ filmado por una cĆ”mara portĆ”til del exquisito Viktor Michel, que, ademĆ”s de pedĆ³filo, es tambiĆ©n voyeur. A poco de regresar a ParĆ­s y reintegrarse a sus juiciosas labores de servidor pĆŗblico en la RATP, Amnon recibiĆ³ una copia de aquel vĆ­deo, que le enviĆ³ desde Suiza su amigo Michel, como recuerdo de aquella excitante travesura. El parisino lo incorporĆ³ a su colecciĆ³n de pelĆ­culas pornogrĆ”ficas, que rayaba ya el centenar.

Meses o aƱos despuĆ©s, Viktor Michel, debido a su debilidad por la puericia, se vio en problemas con la policĆ­a suiza, bastante menos tolerante que la tailandesa en materia sexual (¡Ah, manes de Calvino y Rousseau!). Al registrar su domicilio, aquĆ©lla encontrĆ³, entre otras delicadezas, el vĆ­deo que documentaba las eyaculaciones de Amnon Chemouil (tres, al parecer) en aquel hotelito de la esplendorosa Pataya. Interrogado, el cineasta revelĆ³ las circunstancias en que filmĆ³ aquel documento y la identidad del hĆ©roe del film. Los gendarmes helvĆ©ticos constituyeron un expediente y lo enviaron a la policĆ­a francesa. Ɖsta, despuĆ©s de examinarlo, lo puso en manos de un juez de instrucciĆ³n.

AquĆ­, debo abrir un parĆ©ntesis en mi relato, para declarar mi admiraciĆ³n por la Justicia francesa. Muchas cosas andan mal en Francia y merecen ser criticadas -yo lo hago, a veces, en esta columna-, pero hay una que anda muy bien, y es la Justicia, pilar de la democracia y garantĆ­a mĆ”xima de la convivencia social y el funcionamiento de las instituciones. Los tribunales y jueces franceses actĆŗan con una independencia y valentĆ­a que son un ejemplo para todas las demĆ”s democracias. Su actuaciĆ³n ha servido para sacar a la luz innumerables casos de corrupciĆ³n en las mĆ”s altas esferas econĆ³micas, administrativas y polĆ­ticas y para sentar en el banquillo de los acusados -y, si hay lugar, poner entre rejas- a personajes que por su riqueza o influencia serĆ­an, en otras sociedades, intocables. Sea en materia de derechos humanos, de discriminaciĆ³n racial, sexual, o de subversiĆ³n y terrorismo, la Justicia suele mostrar en Francia una eficacia y prontitud para intervenir, y una solvencia para enmendar los yerros, que dan al ciudadano de a pie, aquĆ­, esa tranquila y rara presunciĆ³n de que, en el medio en que vive, por lo menos hay una instituciĆ³n pĆŗblica, el juez, que estĆ” allĆ­ no para perjudicarlo sino servirlo.

No fue Ć©sta, seguramente, la impresiĆ³n que tuvo el sorprendido Amnon Chemouil, cuando, aƱos despuĆ©s de aquel episodio tailandĆ©s, se vio detenido y enfrentado a un tribunal parisino, que le tomaba cuentas por haber transgredido el cĆ³digo penal de 1994, perpetrando una violaciĆ³n sexual a una menor. La ley penal francesa es aplicable a todo delito cometido por un francĆ©s "dentro o fuera" del territorio de la RepĆŗblica, y una ley aprobada el 17 de junio de 1998 autoriza a los tribunales a juzgar las "agresiones sexuales cometidas en el extranjero" aun cuando los hechos imputados al acusado no sean considerados delitos en el paĆ­s donde se cometieron.

El proceso de Amnon Chemouil ante la Corte Superior de ParĆ­s concitĆ³ considerable atenciĆ³n, pues sentaba un precedente. Era la primera vez que se ventilaba ante los tribunales un caso de "turismo sexual" delictuoso. Varias organizaciones, nacionales e internacionales, que combaten la explotaciĆ³n sexual de los niƱos, se habĆ­an constituido parte civil en el juicio, entre ellas la UNICEF, Ecpat (End Child Prostitution in Asian Tourism), y varias ONGs, incluida una tailandesa cuyo empeƱo permitiĆ³ localizar en Bangkok, siete aƱos despuĆ©s, a la tĆ­a y la niƱa de la historia. Ɖsta, ahora una joven de 18 aƱos, vino a ParĆ­s y prestĆ³ declaraciĆ³n, en privado, ante los jueces, quienes, ademĆ”s, pudieron ver la copia del vĆ­deo de Viktor Michel, encontrado en el registro de la vivienda de Chemouil. El acusado, que, en los ocho meses que pasĆ³ en prisiĆ³n antes del juicio, dice haber experimentado un verdadero cataclismo psĆ­quico, reconociĆ³ los hechos imputados, pidiĆ³ perdĆ³n a su vĆ­ctima y reclamĆ³ al tribunal un castigo. La sentencia fue de siete aƱos de cĆ”rcel, en lugar de los diez que habĆ­a pedido la fiscal.

Muchas conclusiones se pueden sacar de esta historia. La primera es que, si siguen el ejemplo de Francia paĆ­ses como EspaƱa, Alemania, el Reino Unido, Italia, Estados Unidos y los paĆ­ses nĆ³rdicos, que, debido a sus altos niveles de vida, figuran entre los principales practicantes del "turismo sexual", es posible que los delitos que al amparo de esta prĆ”ctica se cometen a diario y por millares en paĆ­ses del tercer mundo, y que conciernen sobre todo a la explotaciĆ³n sexual de los niƱos, puede que al menos disminuyan, y que algunos de los delincuentes sean sancionados. El precedente que ha establecido Francia es impecable: una democracia moderna no puede aceptar que, salvadas las fronteras nacionales, sus ciudadanos queden exonerados de responsabilidad legal y delincan alegremente porque, en el paĆ­s forastero, no haya normas jurĆ­dicas que prohĆ­ban aquel delito o porque, si las hay, no se acatan, son letra muerta. No sĆ© quĆ© ocurre en Tailandia en materia legal con los crĆ­menes sexuales. Pero estoy seguro de que, en Cuba, otro de los "paraĆ­sos sexuales" del planeta para turistas con divisas, hay una puntillosa legislaciĆ³n prohibiendo la prostituciĆ³n infantil. (Siempre recordarĆ© las nĆ”useas que me provocĆ³, en un viaje de aviĆ³n, mi vecino de asiento, un comerciante mallorquĆ­n, eufĆ³rico consumidor de "jineteras" habaneras, que, me contĆ³, se disponĆ­a a llevar a su hijo a Cuba ese verano, para que lo desvirgaran allĆ” esas mulatas deliciosas, tan jovencitas, tan baratas, y "tan limpitas").

Que por hambre, por la urgencia de divisas, por la extendida corrupciĆ³n o ineficacia de las instituciones, en muchos paĆ­ses del tercer mundo la prostituciĆ³n infantil prospere de manera espectacular ante la indiferencia (o con la abierta complicidad) de las autoridades, es una realidad innegable. Lo cierto es que, segĆŗn las publicaciones de UNICEF y Ecpat al respecto que se han dado a conocer con motivo de este juicio, el problema tiene contornos multitudinarios y crecientes. Todo ello deberĆ­a ser un aliciente para que los gobiernos de las democracias desarrolladas, tal como acaba de hacerlo Francia, contribuyan a la lucha contra la industrializaciĆ³n sexual de los niƱos y niƱas en los paĆ­ses pobres, persiguiendo legalmente a sus ciudadanos que practican el turismo a la manera de Viktor Michel y Amnon Chemouil, pues, en buena medida, ellos y sus congĆ©neres son responsables de la existencia de aquel innoble mercado.

No hay que hacerse muchas ilusiones, desde luego, porque la pobreza y la miseria que estĆ”n detrĆ”s de la prostituciĆ³n infantil en los paĆ­ses subdesarrollados constituyen un obstĆ”culo casi infranqueable para su erradicaciĆ³n, o, al menos, drĆ”stica reducciĆ³n. Quienes se interesen por conocer los niveles dramĆ”ticos a que esto puede llegar, aconsejo leer un librito que publicaron en 1963 dos escritores norteamericanos, Allen Ginsberg y William S. Burroughs, The Yage Letters, con las cartas que se escribieron, recĆ­procamente, desde Lima y dos ciudades de la selva peruana, Tingo MarĆ­a y Pucallpa, en los aƱos cincuenta, contĆ”ndose sus experiencias sexuales y con cocimientos alucinĆ³genos en el paĆ­s de los Incas. Recuerdo haber leĆ­do con verdadera estupefacciĆ³n estos textos, donde aparecĆ­a una cara de Lima que yo no sospechaba siquiera que existĆ­a: la de los niƱitos putos, de los barrios de La Victoria y El Porvenir, que indistintamente hacĆ­an de lustrabotas, mendigos o meretrices para aficionados como los beatniks susodichos. Uno de ellos, Ginsberg creo, elogiaba en una carta la destreza sexual de esos niƱos limeƱos, aunque lamentaba que tuvieran tantos piojos.

Pero, quizĆ”s, la conclusiĆ³n mĆ”s importante del reciente juicio de ParĆ­s, sea que muestra una cara positiva de esa nueva bestia negra fabricada por los enemigos irredentos de la modernidad: la globalizaciĆ³n. Si las fronteras no se hubieran ido adelgazando, y, en muchos campos, desapareciendo, Amnon Chemouil jamĆ”s hubiera llegado a comparecer ante el tribunal que lo juzgĆ³ y condenĆ³, y es seguro que hubiera pasado muchas otras vacaciones en Pataya, disfrutando de los cĆ³modos precios y la variedad de oportunidades para la fantasĆ­a y los deseos que ofrecen a los turistas con divisas las niƱas y niƱos tailandeses. Gracias a que ese concepto rĆ­gido, de camisa de fuerza, que tenĆ­a la soberanĆ­a nacional, se va disolviendo en una entidad mĆ”s ancha y profunda que abarca todos los contornos de la humanidad, los legisladores franceses decidieron extender la jurisdicciĆ³n de las leyes y cĆ³digos a esa sociedad globalizada de nuestro tiempo, lo que ha permitido sentar un precedente y un ejemplo, como ocurriĆ³, ya no en el campo de los delitos sexuales, sino en el de los crĆ­menes contra la humanidad, con el general Pinochet en EspaƱa e Inglaterra. Es verdad que aquĆ©l se librĆ³ de comparecer ante el tribunal para responder por sus crĆ­menes, pero no por defectos de los jueces britĆ”nicos, que cumplieron con su deber, sino por el feo enjuage polĆ­tico a que se prestĆ³ el gobierno inglĆ©s devolviendo al ex dictador a Chile por "motivos de salud". De todas maneras, otro precedente quedĆ³ sentado, que, desde entonces, hace correr escalofrĆ­os a los tiranuelos y sĆ”trapas en ejercicio. La globalizaciĆ³n no es sĆ³lo la creaciĆ³n de mercados mundiales y de compaƱƭas trasnacionales; es, tambiĆ©n, una interdependencia planetaria que puede permitir extender la justicia y los valores democrĆ”ticos a las regiones donde todavĆ­a imperan la barbarie y la impunidad para los crĆ­menes sexuales y polĆ­ticos.
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© Mario Vargas Llosa, 2000. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El PaĆ­s, SL, 2000.
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Fuente:  http://elpais.com/diario/2000/10/29/opinion/972770407_850215.html

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