ROBERT WHITAKER Y LOS EFECTOS NOCIVOS DE LOS PSICOFÁRMACOS | |
Infocop | 15/02/2012 6:11:00 |
El libro de Whitaker, Anatomy
of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the
Astonishing Rise of Mental Illness in America (Anatomía de una
epidemia: panaceas, psicofármacos y el impactante ascenso de la enfermedad
mental en EE.UU.) es más extenso y polémico que el libro de Irving
Kirsch, tal y como subraya Marcia Angell, periodista del New York
Review of Books, en la revisión que hace de su obra (The Epidemic of
Mental Illness: Why?).
Whitaker analiza todas
las enfermedades mentales, no sólo la depresión y, si bien Kirsch concluye
que los antidepresivos probablemente no son más eficaces que el placebo,
Whitaker establece que tanto los antidepresivos como la mayoría de los
fármacos psicoactivos no son sólo ineficaces, sino perjudiciales.
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Whitaker da cuenta de las
alteraciones, a nivel cerebral, que puede suponer el consumo continuado de
psicofármacos, tal y como han puesto en evidencia diferentes estudios científicos
y tal y como ha sido reconocido por parte de algunos responsables de
prestigiosas agencias de salud. Además, advierte de los peligros que adquiere
la escalada de consumo de psicofármacos en la que se ve inmersa la mayor
parte de los pacientes. Una espiral de consumo de la que es extremadamente
difícil volver a salir.
Su análisis parte de la
observación de que la progresión natural de la enfermedad mental ha manifestado
un cambio en las últimas décadas. Mientras que hace unos años la esquizofrenia
o los trastornos depresivos se caracterizaban por ser episodios autolimitados o
episódicos, con una duración típica no mayor a seis meses y con largos periodos
de normalidad entre las crisis, ahora estas condiciones son consideradas
habitualmente crónicas y una carga para toda la vida. Según manifiesta
Whitaker, entre las causas que han motivado este cambio se encuentran los
psicofármacos, ya que todos ellos, incluso los que alivian los síntomas a corto
plazo, causan daños cerebrales a largo plazo, cuya duración se
prolonga más en el tiempo que los daños que se hubieran derivado de la
progresión natural de la enfermedad mental, sin intervención farmacológica.
Whitaker trae a colación
las declaraciones de Steve Hyman, exdirector del National Institute
of Mental Health (NIMH) de EE.UU. y hasta hace poco rector de la
Universidad de Harvard, quien reconoció que el consumo de fármacos psicoactivos
prolongado en el tiempo produce "alteraciones sustanciales y de larga
duración en la función neuronal".
Tal y como explica
Whitaker, el consumo habitual de psicofármacos hace que el cerebro comience
a funcionar de manera cualitativa y cuantitativamente distinta respecto a su
estado normal. Tras varias semanas de consumo de fármacos psicoactivos, los
esfuerzos del cerebro por compensar los cambios que éstos introducen a nivel
neuronal comienzan a fallar y es entonces cuando se empiezan a manifestar los
efectos secundarios asociados al medicamento, que son una señal de que el
fármaco en cuestión está poniendo en marcha sus mecanismos de acción. De esta
manera, por ejemplo, el consumo de antidepresivos inhibidores de recaptación de
serotonina produce una concentración anormal y elevada del nivel de serotonina
en el cerebro, que el organismo es incapaz de corregir si se prolonga su
consumo en el tiempo, circunstancia que, a su vez, puede desembocar en
episodios de manía. Por su parte, los antipsicóticos causan efectos secundarios
que se asemejan a la enfermedad de Parkinson, debido a que disminuyen los
niveles de dopamina, cuya carencia también se observa en este tipo de
enfermedad.
Para Whitaker el problema
no termina aquí, ya que una vez que el paciente comienza a presentar efectos
secundarios derivados del consumo de psicofármacos, a menudo acude al médico en
busca de un tratamiento para aliviar estos nuevos síntomas, de tal manera que
la mayoría de los pacientes acaban consumiendo un cóctel de psicofármacos
para un cóctel de diagnósticos.
Así, un episodio de manía
desencadenado tras el consumo prolongado de antidepresivos puede dar lugar a un
nuevo diagnóstico de trastorno bipolar y a un nuevo programa de tratamiento que
incluye fármacos estabilizadores del estado de ánimo, como el Depakote
(divalproex sódico, un anticonvulsivo), junto con otro antipsicótico, lo que
genera nuevos efectos secundarios. Y así sucesivamente. Según Whitaker, este
proceso en espiral hace que algunos pacientes puedan llegar incluso a tomar
hasta seis psicofármacos distintos al día.
Whitaker además advierte
que este consumo abusivo de psicofármacos da lugar a una atrofia cerebral,
tal y como ha quedado manifiesto en los estudios realizados por Nancy
Andreasen, una prestigiosa neurocientífica y psiquiatra que ha sido
galardonada por su línea de investigación en el análisis del funcionamiento
neuronal de personas con trastorno mental a través de técnicas de neuroimagen.
Según uno de los hallazgos del equipo de Andreasen, el consumo de psicofármacos
está asociado a un "encogimiento" del cerebro y este efecto está
directamente relacionado con la dosis y la duración del tratamiento
farmacológico. En declaraciones al New York Times, Andreasen señaló que "el
consumo de psicofármacos impide que la corteza prefrontal reciba la entrada de
lo que necesita y empieza a experimentar apagones. Lo que se traduce en síntomas
psicóticos. Esto también hace que la corteza prefrontal se atrofie
lentamente".
Otra de las
circunstancias que para Whitaker evidencia las consecuencias nocivas del
consumo de psicofármacos se observa en la dificultad que entraña el proceso de
retirada de este tipo de medicamentos. Bajar la dosis de un psicofármaco es un
proceso sumamente delicado, según Whitaker, porque cuando se retira, los
mecanismos de compensación que había desarrollado el cerebro durante su
consumo, continúan manteniéndose a pesar de la desaparición del agente que los
activó. Así Whitaker explica, por ejemplo, que cuando se realiza el proceso de
retirada del antidepresivo Celexa (citalopram hidrobromuro), un
inhibidor selectivo de recaptación de serotonina, los niveles de este neurotransmisor
caen de forma precipitada ya que las neuronas presinápticas no están liberando
las cantidades normales de serotonina y las neuronas postsinápticas no tienen
suficientes receptores para ella. Del mismo modo, cuando un antipsicótico se
suspende, se pueden disparar los niveles de dopamina. Los síntomas
producidos por la retirada de psicofármacos se confunden a menudo con recaídas
de la enfermedad original, lo que puede llevar a los psiquiatras a reanudar el
tratamiento farmacológico, tal vez incluso con dosis aún más elevadas, advierte
Whitaker, quién se siente indignado por lo que él considera un efecto
iatrogénico, es decir, involuntario e introducido médicamente.
Whitaker define este
proceso de consumo abusivo de psicofármacos como "la epidemia de la
disfunción cerebral", epidemia que se ha expandido principalmente con
la nueva generación de antipsicóticos "atípicos", tales como Zyprexa
(olanzapina), causantes de graves efectos secundarios. A este respecto invita a
la reflexión a sus lectores mediante el siguiente ejemplo:
"Imagina un
virus que aparece de repente en el mundo y que provoca que las personas
duerman doce o catorce horas al día. Las personas infectadas se mueven con
cierta lentitud y parecen desconectadas emocionalmente. Muchas de ellas ganan
bastante peso. A menudo, sus niveles de azúcar en sangre se elevan, al igual
que sus niveles de colesterol. Un número de afectados por la enfermedad,
entre los que se incluyen, inexplicablemente, niños y adolescentes, se
convierten en diabéticos en un breve plazo de tiempo... El gobierno ofrece
cientos de millones de dólares a los científicos de las mejores universidades
para que descifren el funcionamiento interno de este virus, quienes afirman
que la razón por la que causa estas disfunciones globales radica en que
bloquea gran cantidad de neurotransmisores cerebrales (dopaminérgico,
serotoninérgico, muscarínico, adrenérgicos e histaminérgicos). Todas esas
vías neuronales se ven comprometidas. Mientras tanto, los estudios de resonancia
magnética que encontramos en un período de varios años, demuestran que el
virus contrae la corteza cerebral y que esta contracción provoca deterioro
cognitivo. Un atemorizado público clama por una cura. Ahora, dicha enfermedad, de hecho ha afectado a millones de niños y adultos norteamericanos. Se acaban de describir los efectos del antipsicótico más vendido, Zyprexa, de los laboratorios Eli Lilly". |
La evidencia
proporcionada por Whitaker para argumentar su planteamiento varía en calidad,
debido a las dificultades inherentes que conlleva acceder a muestras reales de
pacientes donde se puedan comparar los efectos de una progresión natural de un
trastorno mental, esto es, sin que se haya administrado ningún tipo de
tratamiento farmacológico durante un periodo de 50 años desde la aparición de
los primeros síntomas. No obstante, según manifiesta Marcia Angell, las
reflexiones que aporta este investigador, si bien no llegan a ser tan
concluyentes como las de Irving Kirsch (gracias a su aplicación del método científico)
"no dejan de ser sugerentes".
Los críticos a este punto
de vista podrían argumentar, comenta la periodista, que los efectos secundarios
que provoca el consumo de psicofármacos "son el precio que debe pagarse
para aliviar el sufrimiento causado por una enfermedad mental" (tal y
como sugiere Nancy Andreasen implícitamente en su investigación sobre la
pérdida de tejido cerebral debido al tratamiento antipsicótico a largo plazo).
Pero para Marcia Angell este argumento merece una reflexión: "si estuviéramos
seguros de que los beneficios de los psicofármacos superan con creces los daños
que provocan, este sería un potente argumento, ya que no hay duda de que muchas
personas se encuentran afectadas gravemente por alguna enfermedad mental. Pero
como Kirsch, Whitaker y Carlat argumentan de manera convincente, es probable
que estas expectativas no se correspondan a la realidad (...) Al
menos, tenemos que dejar de creer que los psicofármacos son el mejor y único
tratamiento para la enfermedad mental y el sufrimiento psicológico.
Tanto la psicoterapia como el ejercicio físico han demostrado ser tan
eficaces como los psicofármacos para la depresión y sus efectos son más
duraderos; sin embargo, por desgracia, no existe una industria para impulsar
estas alternativas".
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Fuente: http://www.infocop.es/view_article.asp?id=3843
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