Metilfenidato, la cocaína pediátrica
Artículos de Opinión | Clara Esquena i Freixas | 17-02-2015
Para los
que no estén en el ajo de la psiquiatría infantil apuntaremos, para empezar,
que el metilfenidato se receta frecuentemente en el tratamiento del llamado
Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) y se comercializa
con nombres como Ritalin®, Concerta® o Rubifen®, entre otros. Desde hace muchos
años, en la sociedad norteamericana se cuestiona si en las familias existe un
problema de sobremedicación de los menores. Recientemente, la misma polémica ha
estallado de forma evidente en España. A raíz de la publicación del libro Volviendo
a la Normalidad. La invención del TDAH y del trastorno bipolar infantil
(Alianza Editorial, 2014) en diversos medios de comunicación -básicamente de
prensa escrita- se ha abierto un encendido debate en torno a este trastorno
que, como me dijo en una ocasión la madre de un niño diagnosticado, ha devenido
una "plaga" en las escuelas. Es verdaderamente interesante constatar
hasta qué punto nuestra sociedad está polarizada en torno a esta cuestión, lo
que se refleja tanto en los comentarios de los diarios digitales como en las
redes sociales y en los blogs. Llama especialmente la atención comprobar con
qué vehemencia -por decirlo con palabras amables- la facción favorable a la
etiqueta psiquiátrica y la medicación ataca a los autores, Fernando García de
Vinuesa, Héctor González Pardo y Marino Pérez Álvarez, quienes desmontan, con
incuestionable rigor científico, la vergonzosa falacia del TDAH, a la vez que
muestran un fundamentado rechazo a los fármacos que los niños y niñas se ven
obligados a tomar. Recordemos que, a diferencia de los adultos, ellos no tienen
autonomía para decidir si aceptan los desagradables efectos secundarios de los
mismos, que pueden incluir pérdida de apetito, disminución de peso, insomnio,
cambios de humor, ansiedad, irritabilidad, dolor de cabeza, náuseas, tics
nerviosos, brotes psicóticos, retraso en el crecimiento, hipertensión,
arritmias, migrañas, etcétera.
Quienes
confían en la versión oficial de esta enfermedad inventada, ¿conocen en
profundidad la problemática o bien actúan de forma impulsiva, porque son
incapaces de revisar sus creencias preconcebidas? Mientras que en otras
controversias es posible señalar los pros y los contras en las diferentes
posturas expuestas, en este caso, una vez leídos con atención los argumentos
esgrimidos, no queda ningún margen para la duda. Estamos ante una monumental
estafa que tiene consecuencias terribles en el desarrollo de los pequeños.
Desgraciadamente, este posicionamiento inflexible se debe rebatir
cotidianamente en los consultorios y como está tan arraigada la "cultura
de la píldora" no siempre resulta fácil el cambio en el tratamiento
elegido por los padres, que casi siempre actúan con la mejor de las
intenciones.
Evidentemente,
la visión de los autores concuerda perfectamente con los clamorosos fracasos
observables de aquellas intervenciones clínicas focalizadas simplemente en el
diagnóstico y la receta. En ningún caso se niega que existan graves problemas
académicos y de conducta sino que lo que se discute es su supuesta causa
orgánica y el camino tóxico escogido a la hora de ponerle remedio. En la
primera parte del libro, se esbozan algunos de los puntos débiles de nuestro
sistema educativo, que favorecen la falta de concentración y de esfuerzo de los
alumnos, así como la tiranía de los hijos hacia sus padres. La excesiva
adulación a los menores y una pedagogía light, basada en el fomento de la
motivación y la autoestima, pero poco centrada en la transmisión de contenidos,
constituyen algunos ejemplos. Si la terapia no tiene en cuenta la historia
familiar, el uso inadecuado de las nuevas tecnologías, el entorno escolar y
otros aspectos importantes en el contexto infantil, difícilmente prosperará.
Del mismo
modo que el Valium ® o el Prozac ® capitalizaron el malestar de las amas de
casa en las décadas de los 1970 y 1980, recuerdan los expertos, hoy la
industria farmacéutica aprovecha los problemas de los críos y de sus
progenitores desesperados, para multiplicar los ingresos. En esta ocasión, lo
subrayamos otra vez, con el agravante que actúan en un cerebro en proceso de
maduración, que puede sufrir cambios importantes en su estructura y función.
Todo ello gracias a la complicidad de políticos, investigadores y otros
profesionales, bajo sospecha de presentar graves conflictos de intereses entre
la investigación y la empresa privada (págs. 176-177):
“Por el contrario, el uso de medicamentos psicoestimulantes a largo plazo, lejos de tener efecto beneficioso en el TDAH, parece tener justo el efecto contrario de acuerdo con los resultados de seguimiento del estudio MTA. Así, los participantes en el grupo que recibió la medicación mostraron un aumento de los síntomas del TDAH entre los 24 y 36 meses de seguimiento, en comparación con el grupo que no la recibió (Jensen et al., 2007). Asimismo, el uso de metilfenidato estaba asociado con puntuaciones más graves en escalas de valoración de TDAH y de trastorno “negativista desafiante”, junto con una alteración funcional global del comportamiento a los ocho años de seguimiento (Molina et al., 2009).Paradójicamente, la ya aludida Guía de Práctica Clínica (GPC) sobre el TDAH del Sistema de Salud español concluye, basándose precisamente en datos del estudio MTA, que el metilfenidato conserva su efectividad a largo plazo (12 a 24 meses) y se recomienda por tanto el uso de medicación para casos de TDAH “moderado a grave” como parte de un “tratamiento multimodal” por su mayor efectividad frente a la intervención psicosocial solamente (GPC, 2010).”
Dejando a
un lado los retorcidos laberintos de la industria farmacéutica, bastante
conocidos por todos, quizás uno de los aspectos más inquietantes es que el
metilfenidato es un psicoestimulante con una estructura química similar a la
anfetamina. Tiene un potencial de abuso reconocido y se ha ganado el merecido
apodo de "cocaína pediátrica", por tener un mecanismo de acción
similar en el cerebro al del temible "polvo blanco". Hay que señalar,
pues, la chocante paradoja emergente: Por un lado, se educa a los niños en la
prevención del consumo de estupefacientes pero por el otro no se pone ningún
impedimento para que se consuman de forma legal drogas tan peligrosas como el
Concerta® y compañía, que, por otro lado, pueden ser una puerta de entrada al
uso de otras sustancias tóxicas en la edad adulta.
Aparte de
las secuelas físicas que se puedan derivar a largo plazo -un tema bastante
desconocido, todavía-, hay que tener en cuenta el nefasto mensaje que supone el
hecho de transmitir la idea de que los problemas de la vida se solucionan de
forma mágica, a través de una pastilla que nos ayudará a resolver los numerosos
obstáculos que encontraremos por el camino. Ciertamente, estamos ante una
realidad perturbadora, que afecta a personitas vulnerables y que queremos de
todo corazón. Por eso es saludable enfurecerse de verdad pero no con aquellos
que ponen al descubierto las miserias del sistema sino con los individuos que
son cómplices de esta trama lucrativa de forma plenamente consciente y
contribuyen, con su perversa connivencia, a la destrucción de nuestro futuro
colectivo. Ha llegado la hora de construir alternativas razonables y por eso hay que celebrar sinceramente la publicación de libros como el que hoy nos
ocupa. De no revisar las malas prácticas, a la larga, puede que nos pase como
en un chiste gráfico que circula por la red, en el que un niño se encuentra en
la consulta del pediatra en el momento en el que éste le receta metilfenidato,
a lo que él responde, dirigiéndose a su madre, también presente: “Mamá, papá me
ha dicho que si un extraño me ofrece drogas, debo decir no”.
Referencia:
García De
Vinuesa, F., González-Pardo, H. y Pérez-Álvarez, M. (2014). Volviendo a la
normalidad. La invención del TDAH y del trastorno bipolar infantil. Madrid:
Alianza
___
Fuente: http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article81563
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