Bonobos: la muestra viva del paraíso que los humanos perdimos
Lástima que Wilhelm Reich
no conoció a los bonobos, pues en estos simios habría tenido un potente
campo de investigación para sus teorías que unían libertad, comunismo y
sexualidad. Conocidos como los “monos hippies”, estos primates viven en
comunidad, son nómades y practican el amor libre y el pacifismo.
Adaptados a las selvas del Congo –en el corazón de África-, hoy se
encuentran en peligro de extinción, pues son cazados por humanos que
venden su “sabrosa carne” en algún exótico mercado de nuestra civilizada
especie.
ESOS LOCOS BAJITOS
“Bailando como mono” se llama el tema de La Floripondio,
banda chilena caracterizada por su estilo salvaje y pachanguero. Más
que seguro que estos rockeros hacen referencia –aunque no lo sepan- a
los bonobos.
Los bonobos nos ayudan a comprender cómo
pudo haber sido la vida humana durante los miles de años previos a la
revolución neolítica, en que mujeres y hombres vagaban en grupos de
forrajeros o cazadores-recolectores -como los bosquimanos del kalahari
que aún sobreviven en el suroeste africano. También nos llama a la
reflexión las similitudes del modo de vida bonobo con algunos
matriarcados (o sociedades matricéntricas) que existen actualmente en el
mundo (ver etnia mosuo en China).
La sociobiología dominante nos tenía
acostumbrados a comparar al humano con simios jerárquicos y agresivos
–chimpancés y gorilas-, ignorando intencionalmente al mono más parecido a
nosotros: el bonobo, mono gozador e igualitario.
Los bonobos caminan erguidos el 25% del
tiempo en sus desplazamientos por el suelo. Estas características, junto
con su postura, le da a los bonobos una apariencia más humana que los
chimpancés comunes. Así mismo, los bonobos tienen una gran
diferenciación facial -al igual que los humanos-, de modo que cada
individuo tiene una apariencia significativamente distinta, permitiendo
el reconocimiento visual en la interacción social.
Los bonobos pueden pasar la prueba del
espejo, que sirve para demostrar la conciencia de uno mismo. Se
comunican principalmente mediante sonidos, aunque aún no se conoce el
sentido de sus vocalizaciones; sin embargo, los humanos comprenden de
forma sencilla sus expresiones faciales y algunos de sus gestos con las
manos, como la invitación a jugar. Dos bonobos, Kanzi y Panbanisha, han
aprendido un vocabulario de cerca de 400 palabras que pueden escribir
usando un teclado especial de lexigramas (símbolos geométricos), y
pueden responder a preguntas formuladas de viva voz. Algunos, como el
bioético Peter Singer, argumentan que esos resultados
califican a los bonobos al “derecho a la supervivencia y la vida”,
derechos que los humanos teóricamente reconocen a todas las personas.
Las relaciones sexuales juegan un papel
preponderante en las sociedades de bonobos, ya que son usadas como
saludo, como método de resolución de conflictos, como medio de
reconciliación tras los mismos, y como forma de pago mediante favores
tanto de machos como de hembras a cambio de comida. Los bonobos son los
únicos primates (aparte de los humanos) que han sido observados
realizando todas las actividades sexuales siguientes: sexo genital cara a
cara (principalmente hembra con hembra, seguido en frecuencia por el
coito hembra-macho y las frotaciones macho-macho), besos con lengua y
sexo oral.
Por todas estas características, ya hay
muchas personas que están adhiriendo a una suerte de “bonobismo”, por lo
que les presentamos un texto (*) en tal sentido:
SUERTE DE MANIFIESTO BONOBISTA
Que el chimpancé es territorio y el bonobo tan solo tiempo.
El bonobo nunca es yo, es siempre ahora.
Bonobo es una forma de ser, el bailoteo sonrisón de la vida en circunstancia. Bonobo también es pan paniscus,
el primate más cercano al ser humano según lo entiende la ciencia; esto
es, genética y categoría. Si nos ceñimos a esto, pronunciaremos con
soltura y brava voz que el bonobo, recientemente descubierto por el
lente humano -ignorado, inimaginado-, comparte muchas más cosas en común
con nosotros que el anterior candidato a la ascendencia, el chimpancé
común, simplonamente pan troglodytes.
A saber: primeramente denominado
Chimpancé Pigmeo, el bonobo es un simio juguetón, de largas piernas y
orejas cortas, y que comparte el 99,8% del genoma humano. Si a esto le
sumamos una relación social basada en el entendimiento a toda prueba,
camaradería y carcajadas a granel, es que entonces el bonobo ya está
aquí, rasga nuestras vestiduras, y nos invita a escondrijarnos, a
olvidarnos a la deliciosa lejanía, al calor voluptuoso y carnavalesco
del Zaire, allá donde en África sólo se sabe gozar.
La sociedad bonobo es, por supuesto,
matriarcal. A diferencia del chimpancé, no conoce la verticalidad, ni la
jerarquía, ni el desenvolvimiento a golpes. Vadea ríos e incluso
canturrea, si le viene en gana. Niños y adultos se codean no ya por lo
bajo, sino al descaro mismo y compartiendo constantemente alimentos y
aventuras; las chiquillas en flor suspiran encantos, y aquellos jóvenes
mozos las observan con ojos que no adivinan más que el enamorarse.
Todo nace y florece en África. La vida
es dulce, y corre de la mano del primate que te abraza a medio camino de
encontrar los frutos mágicos y beber del jugo que hace transpirar la
tierra. Nunca supieron de la Guerra de los Chimpancés –siempre tan en
busca de aquello que sólo consigue irritarles-; nunca supieron de los
hombrecitos tímidos enviando maquinarias a robar energía allá donde
habrá que asesinarlos para conseguirlo. La paz no es, por fin, aquella
fúnebre y grisácea estación inmóvil entre dos guerras. La paz es un
estado de conciencia, y el bonobo lo sabe. Y, como ha de ser, pues, se
relame ente ella.
Así como se asemejan, así también son
diferentes uno del otro. El chimpancé asustado berrea y se sacude en
violencia si es que la casualidad amordazada se le aparece en sustento y
comida –bien podría ser carroña-: “nadie se me acerque, han oído ya
esto es mío, tú no querrás probar mi furia”. El bonobo, por el
contrario, encuentra regalos bajo las piedras y entonces, henchido e
ilimitadamente feliz, corre a buscar camarada a que se repartan juntos
la dulzona picardía de los frutos prohibidos del paraíso africano. Se
rumorea que es entonces cuando estos amiguetes revoltosos harán estallar
la magia y será también entonces cuando sabremos su secreto:
SEXUALIDAD DESBORDANTE
Nada más sencillo. No es nuevo para
nadie que el sexo es la actividad predilecta del ser humano. Embellece y
nutre la carne, arranca suspiros allí por donde se practique, y además
es saludable en cuanto las sonrisas que arranca desintegran y anulan
cualquier vestigio de depresión urbana-productiva amparadora del cáncer
del progreso.
Tanto el humano como el bonobo son los
únicos mamíferos etiquetados ya con el celo permanente, y es entonces
que, si bien los seres humanos intentamos a toda costa convencernos de
que hay instancias y lugares determinados para el específico acto y
entendemos la sexualidad como un capítulo sellado y estéril dentro del
estándar del acto sexual coital y sus sucedáneos, el bonobo, que no
entiende de matemáticas y que sinceramente tiene mejores cosas en qué
pensar, se entrega al mandato incuestionable del deseo y la coquetería
como reales y primarias relaciones sociales.
A toda hora, a cada circunstancia, es
posible embobarse en el espectáculo amoroso que ejecuta el bonobo desde
que el cuerpo vitorea caricias.
Lo hace todo: masturbación, penetración,
contacto oral, orgía. Los machos intercambian alimentos sellando pactos
de amistad mediante la frotación de sus genitales; las hembras se
entrelazan entre el verdor del trópico estableciendo relaciones
horizontales de hermandad y simpatía. Contrastando con el chimpancé, que
irradia agresividad y abandona sus frustraciones sexuales en
esporádicas uniones de verdadera dominación, el bonobo se abraza y vive
en comunidades pacíficas donde no hay cabida al egoísmo ni a la guerra.
Se aman, constantemente.
Y hay más. Sólo la hembra humana y la
bonobo (recordemos que somos parientes entrañablemente cercanos) tienen
la vagina adelante. Los demás mamíferos del reino animal (bonita
etiqueta, ¿eh?), al tener las hembras la vagina situada al reverso,
copulan como todos sabemos lo hacen los perros. Incluido el chimpancé.
El bonobo, en cambio, además de adoptar
todas las posturas sexuales imaginables, lo hace cara a cara. Y, como
diría Susan Bloch, estudiosa de un grupo de bonobos en cautiverio,
cuando se aman así son “como practicantes de sexo tántrico, o como dos
personas profundamente enamoradas”. Y como tales, se miran directamente a
los ojos y se besan lánguida y acarameladamente.
Los bonobos son extremadamente
agradables. Cuando no están acariciándose o compartiendo alimentos se
dedican al ocio, a la contemplación y al juego. Poseen un lenguaje único
y complejo que la ciencia humana ha categorizado como “capaz de
reconocer más de 400 pictogramas”. Como no temen al agua, no delimitan
territorios ni por supuesto deben matarse para conservarlos intactos.
Son nómadas y aventureros. Así como los enfurruñados chimpancés
protagonizaron desde 1930 una extraña guerra en la cual las diversas
tribus se cazaban la una a la otra, los bonobos en ocasiones se reúnen
por centenares con tribus repletas de desconocidos para aullarle a la
luna y desdibujar las tensiones con espontáneas y dulces sesiones de
amor colectivo.
El chimpancé es caníbal y brutal. El bonobo es vegetariano e irremediablemente pacífico.
A pesar de que los bonobos se menean en
un ritmo sexual que supera diez veces la actividad ídem del chimpancé, y
casi mil la del gorila, su reproducción es armoniosa, y por supuesto no
se desbordan de los mapas. Es común que una hembra adulta dé a luz a
una criatura cada cuatro años, aproximadamente; esto sin contar
abstinencia, ni recato, ni interrupción coital, ni el empleo de
maravillas tecnológicas como el suministro de drogas hormonales para
controlar sus ciclos reproductivos o el tener que enfundarse
incómodamente un armazón de látex en el miembro viril para intentar
detener el incesante fluir de la vida. Simplemente se enroscan y se
enredan, desterrando cualquier tentativa de agresión, y sustituyendo la
competitividad por el esparcimiento y el compañerismo. Todo esto sin
dejar de hacer el amor a cada sonrisa de la tarde.
Es probable que el ser humano se halle
confundido. Tantos y tantos años intentando conquistar galaxias lejanas y
apoderarse de aquellas baratijas diarias que de tanto encandilarle le
han hecho creer son el Oro, debiendo hacerse cómplice de multitud de
inescrupulosos y vergonzosos medios para lograr tan siniestros fines, le
deben de haber nublado un poco el seso. Tan animal como el bonobo,
parece haber olvidado aquellos nexos cálidos que reconocen la fertilidad
como un circunstancia amiga y amparadora de la armoniosa distribución
natural de la vida, donde cada pétalo, cada flor, y cada insecto que la
poliniza y le hace gozar (pues esto también es hacer el amor) se
interrelacionan y no hay cabida al desorden reproductivo, ni a la
escasez, ni al aborto.
Parece haber desestimado y ninguneado
una sabiduría ancestral que, puesto como les gusta oírlo, está en los
genes, y sistemáticamente se ha ido hundiendo en una larga y tediosa
pataleta chimpancesca que indudablemente le ha arrojado a pretender que
la única y eficaz manera de controlar su natalidad es a través de la
moralización y censura de la sexualidad latente, demonizando el
encuentro afectivo condicionado por sus consecuencias venéreas,
enfermas, y generadoras de vida no deseada, siendo que la “sociedad”
bonobo demuestra como se quiera que la gestación y el brote, la
conservación de la especie, está en el ejercicio sano y limpio de la
sexualidad plena.
MANJAR EXÓTICO
Sea como fuera, el bonobo es rey. Y la
vida le seguirá sonriendo y dándole el visto bueno a su estilo de
vivirla, si es que la gula imaginaria del humano no acaba de
exterminarle del carnaval del Congo.
Lamentablemente se le considera en
peligro de extinción, puesto que se paga suculentas sumas por su carne,
considerada un manjar para paladares exóticos. Esto último ha
experimentado un incremento dramático durante la última guerra civil en
el país, a causa de la presencia de milicianos fuertemente armados
incluso en áreas remotas “protegidas” como el Parque Nacional de
Salonga. Actualmente se estima que bailotean alrededor de 10.000
bonobos en estado salvaje -más unos cuantos miles más en cautiverio-,
formando parte de una pauta mucho más general de extinción de los
simios.
El bonobo, pacífico, coqueto, juguetón y enamorado, es un ejemplo para la humanidad.
Habrá que abrirse paso entre la foresta
para contemplarlo en su gloria. Parece haber vencido una batalla que hoy
muchos sueñan con empezar a pelearla. No chillará ni enseñará los
dientes cuando nos descubra observarle boquiabiertos; es probable que
nos invite a desintegrar el estrés y a seducir el encanto de la sonrisa
femenina y machota. Hoy por hoy, humanos y chimpancés se desencajan los
sesos buscando la manera de encontrar la maña para hacer cada vez armas
más grandes y poderosas. Y el bonobo tiene el pene bastante más largo
que el humano y que las pretensiones de sus pistolas y su guerra.
(*) Extractos de “Bonobo Rey” (autor: Ludo)
Revista Absinthe, Nº5, diciembre 2007, Santiago de Chile.
__________
Fuente: http://www.elciudadano.cl/2009/08/19/10490/bonobos-la-muestra-viva-del-paraiso-que-los-humanos-perdimos/
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