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domingo, 21 de junio de 2015

Las personas recurren a la violencia porque sus códigos morales así lo exigen



Las personas recurren a la violencia porque sus códigos morales así lo exigen
Algunas personas son despiadadas. Algunos pierden el control. Sin embargo, la mayor parte de la violencia sigue siendo insondable. Una nueva teoría ilumina la oscuridad.
La policía antidisturbios lucha contra los estudiantes en el Barrio Latino de París, mayo de 1968. Foto por Bruno Barbey / Magnum





"Cuando tenía 14 años, este tipo me golpeaba en las calles. Y mi padrastro se quitó la vida justo en frente de mí. Y me sentí bien por ello, de verdad.” Tio Hardiman, en el documental “The Interrupters” (2011)


Por Tage Rai
18 de junio 2015
 
En su libro “Evil: Inside Human Violence and Cruelty" (1999), el psicólogo Roy Baumeister sostiene que la gente cree que los sádicos perpetran más actos de violencia, quienes obtienen placer del sufrimiento de las víctimas inocentes. Especialmente respecto a  los crímenes más atroces, no podemos dejar de ver a los perpetradores de actos violentos como "malas" personas: Monstruos inhumanos, carentes de sentimiento moral básico. Baumeister llamó a este fenómeno "el mito del mal en estado puro '. Un mito, porque no es cierto.
A pesar de las creencias generalizadas sobre su existencia, el sadismo es tan raro que ni siquiera es un diagnóstico psiquiátrico oficial. Su pariente más cercano es la psicopatía, pero la psicopatía no se caracteriza por la alegría malévola en el sufrimiento de los demás. Es cierto que los psicópatas carecen de emociones morales y hasta de empatía hacia las víctimas. Y pueden ser muy violentos: En estudios a gran escala de los delincuentes, se ha encontrado que alrededor del 10 por ciento de los crímenes violentos son cometidos por aquellos que tienen una calificación por encima de la línea de corte para la psicopatía, y que dichas personas representan menos del 1 por ciento de la población general en todo el mundo. Claramente, los psicópatas provocan más daño que la cuota parte que les correspondería.
Pero eso deja la gran mayoría de los delitos violentos sin explicación alguna. Los no-psicópatas están perjudicando a otros en mucho mayor número que los propios psicópatas. Pero los no-psicópatas no son monstruos. ¿Qué los motiva entonces?
La mayoría de nosotros nunca participaría en un acto de brutalidad extrema. Nunca vamos a disparar, apuñalar, o golpear a alguien hasta la muerte. Nunca vamos a violar a otro ser humano o encenderles fuego. Nunca vamos a atar una bomba en nuestros pechos y detonarnos a nosotros mismos en una cafetería llena de gente. Y así, cuando nos  enfrentamos a estos actos aparentemente sin sentido, nos extraviamos. ¿Qué posible propósito podrían tener todos esos actos? Fundamentalmente, ¿por qué las personas se hieren y matan unos a otros?
Suena como una pregunta sin respuesta. Sin embargo, hay una respuesta. Es simple, potente y muy preocupante. Nosotros fallamos en reconocer que en casi todas partes es importante. Pero si realmente queremos resolver el problema de la violencia, no hay nada para esto. Tenemos que correr el riesgo de un tipo de comprensión que amenaza nuestros valores, nuestra propia forma de vida. Tenemos que mirar hacia un abismo.
En la actualidad, hay dos enfoques dominantes sobre la comprensión de la violencia. Ambos están a la altura. La primera es la que yo llamo la teoría de la desinhibición. Tal vez, según la historia, incluso la gente común tiene impulsos violentos que normalmente se mantienen bajo control. Cuando su sentido moral se descompone o se bloquea de alguna manera, ellos ceden a su lado oscuro. Imagínese el hombre que sabe que está mal golpear a su esposa, pero quién después de un largo día de trabajo, pierde los estribos y la golpea. ¿Es éste nuestro culpable típico?
En 2007, el psicólogo C Nathan DeWall y sus colegas, de la Universidad de Kentucky, publicaron los resultados de un ingenioso experimento para probar esta idea. En primer lugar, agotan la autorregulación de sus sujetos de prueba, provocándolos, haciéndolos resistir ante un tentador postre, obligándolos a que desviasen la mirada hacia una pantalla de ordenador. ¿Y qué? Los sujetos de prueba llegaron a ser más agresivos en sus juicios y comportamientos posteriores, pues el agotamiento de autorregulación aumentó la probabilidad de comportarse agresivamente en respuesta a la provocación.  
Por ejemplo, eran más propensos a provocar deliberadamente un fuerte ruido en los auriculares de otra persona.
Hasta ahora, luce prometedora la teoría de la desinhibición. Sin embargo, los experimentos detectaron un patrón en estas tendencias agresivas: Surgieron sólo en respuesta a una provocación anterior. En el experimento de la voladura de sonido, la agresión fue dirigida hacia una persona que el participante cree les había dado una opinión injusta a una tarea anterior. Cuando ninguna provocación estaba presente, no hubo diferencia estadística en la conducta entre los participantes que habían sido agotados y aquellos cuya autorregulación no fue atacada. En otras palabras, la agresión no era un desbordamiento de violencia al azar. Por el contrario, parecía que los sujetos de prueba estaban tratando de vengarse.
Ahora bien, este tipo de experimentos bien podrían indicar que algo de violencia está habilitada por la pérdida de autocontrol. Pero la teoría de la desinhibición elude la cuestión del por qué, qué nos motiva a ser violentos, en primer lugar. El impulso tiene que venir de alguna parte, y la teoría no dice nada acerca de dónde podría provenir.
Valdría la pena hacer una pausa para preguntarnos qué clase de respuesta esperamos encontrar aquí. ¿Nuestra propensión a la agresión simplemente se reduce a una mezcolanza de diversas provocaciones y factores desencadenantes? ¿O hay alguna, patrón subyacente universal, una sola llave que captura la mayor parte de la violencia en todas las culturas a lo largo de la historia? Esta última opción suena como un objetivo ambicioso para una teoría sociológica. Pero la segunda aproximación general a la violencia, lo que voy a llamar a la teoría racional, es ciertamente ambiciosa.
En este punto de vista, la violencia es sólo una manera de lograr los objetivos instrumentales. Por ejemplo, matando herederos rivales a veces es una buena idea si quieres ser rey. Ya se trate de pelear entre hermanos o entre naciones, estos modelos de la elección racional predicen que la probabilidad de que aumentará la violencia cuando sus beneficios suben o bajan sus costos.
La teoría puede presumir de algunos éxitos empíricos. Richard Felson, profesor de Sociología y Criminología en la Universidad Estatal de Pennsylvania, encontró que la probabilidad de enfrentamientos entre hermanos sube cuando los padres están presentes, y que los hermanos más jóvenes son más propensos a luchar cuando saben que sus padres podrían intervenir, lo que reduce los costos potenciales para sí mismos. A nivel de los estados, Vincenzo Bove, Profesor Asociado de Política y Estudios Internacionales y sus colegas de la Universidad de Warwick en el Reino Unido, descubrieron recientemente que las naciones extranjeras son mucho más propensas a intervenir en una guerra civil cuando el país en guerra consigo mismo también tiene valiosas reservas de petróleo.
Pero una vez más, nos encontramos con un rompecabezas. La gente con frecuencia recurre a la violencia cuando, por cualquier medida de utilidad práctica, los medios no violentos serían más eficaces. Como Baumeister y sus colegas señalaron en el documento ‘Relation of Threatened Egotism to Violence and Aggression’ (1996):
“Guerras dañan ambas partes, la mayoría de los crímenes producen poca ganancia financiera, el terrorismo y el asesinato casi nunca logran los cambios políticos deseados, la mayoría de las violaciones no pueden dar placer sexual y con la tortura rara vez se obtiene información precisa y útil ...”
En 2007, los antropólogos Jeremy Ginges de la New School for Social Research en Nueva York y Scott Atran del Centro Nacional de Investigación Científica realizaron encuestas entre israelíes y palestinos sobre el tema del conflicto de Oriente Medio. Durante estas entrevistas, los investigadores presentaron a sus participantes una serie de acuerdos de paz hipotéticos; algunas ofertas incluyeron incentivos materiales para renunciar a la tierra en disputa. Surgió una inconsistencia peculiar. Un subconjunto de los encuestados vio la tierra en disputa como otro recurso: Estaban, por tanto, dispuestos a cambiarla por una compensación financiera y firmar el acuerdo de paz, al igual que el modelo racional predijo.
Otros participantes, sin embargo, vieron la tierra como algo sagrado, vinculado a su identidad cultural. Para estos participantes, añadir una compensación económica redujo el apoyo al acuerdo. Estos otros participantes mostraron niveles elevados de ira y disgusto, así como un mayor entusiasmo por la violencia. El modelo racional no puede manejar este tipo de datos. Agregar incentivos materiales nunca debería empeorar los acuerdos, a menos que no sean de naturaleza material las utilidades que a las personas preocupen como relevantes.
Parece que fallan las dos principales teorías de la violencia, por una razón u otra.  Ni la teoría de la desinhibición ni la teoría racional proporcionan una imagen completa del por qué las personas se lastiman y matan entre sí. Y en la medida en que nos basamos en estas teorías para reducir la violencia, fracasaremos también al tratar de reducirla. ¿Qué nos estamos perdiendo?
Vine a este tema por una ruta indirecta. Para mí, la cuestión candente era siempre acerca de por qué las personas están en desacuerdo sobre cuándo aplicarla así como sí la violencia es exigida como pauta. ¿Por qué golpear a los niños para evitar la desobediencia fue más aceptable hace 50 años que en la actualidad, y por qué es más aceptable en los estados sureños que en los norteños de Norteamérica? ¿Por qué los occidentales responden con horror ante la matanza de mujeres por las infidelidades sexuales, mientras que en otras partes del mundo no sólo la toleran sino que hasta alientan la práctica?
Para entender cómo las actitudes pueden ser tan diferentes en todas las culturas, empecé a trabajar con el antropólogo Alan Fiske de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Juntos, hemos analizado las prácticas violentas entre culturas y la historia. Hemos examinado los registros de la guerra, la tortura, el genocidio, los crímenes de honor, el sacrificio humano y de animales, el homicidio, el suicidio, la violencia infligida por la pareja, la violación, el castigo corporal, la ejecución, el juicio por combate, la brutalidad policial, las novatadas, la castración, los duelos, las disputas, el contacto en los deportes, y la violencia inmortalizada por dioses y héroes, y más. Peinamos a través de relatos en primera persona, observaciones etnográficas, análisis históricos, datos demográficos, y las investigaciones experimentales de la violencia.
El trabajo era, francamente, deprimente. Nadie quiere leer sobre todas las terribles atrocidades que la gente comete. Pero también fue fructífera. Encontramos un patrón en toda la violencia. Hubo un tema unificador, con todo el poder predictivo y explicativo qué uno podría desear.
Han existido muchas culturas y períodos históricos donde la gente no buscó particularmente la felicidad como valor o donde buscaron activamente el sufrimiento porque lo vieran como moralmente purificador…
A través de las prácticas, en todas las culturas, y a lo largo de períodos históricos, cuando la gente se apoya y se involucran en la violencia, sus principales motivaciones son morales. Por «moral», quiero decir que la gente es violenta porque sienten que deben ser así, comportándose violentamente; porque sienten que su violencia es obligatoria. Ellos saben que están perjudicando plenamente a otros seres humanos. Sin embargo, creen que deberían hacerlo para su bien. La violencia no se deriva de la falta psicopática de la moralidad. Todo lo contrario: Se trata del ejercicio de los derechos y obligaciones morales percibidas.
Una madre sureña castiga a su hijo porque él desobedeció a su autoridad, para así protegerlo de sí mismo, y para asegurarse de que él se convertirá en un adulto responsable. Sargentos, líderes de pandillas y guerrilleros instruyen brutalmente 'fantástico' a los nuevos reclutas, para así crear lazos de por vida con sus demás compañeros y obtener igualmente la obediencia inquebrantable a sus superiores, factores fundamentales para el éxito en las peleas y luchas que habrán de mantener en el futuro. Un padre en Papúa Nueva Guinea vierte grasa caliente por la parte interna del brazo de su hijo y espera que éste va a soportar estoicamente, porque esto es fundamental si ese muchacho quiere convertirse en un adulto respetable en la comunidad. Un niño se mete en una pelea porque el otro chico le golpeó primero, y porque su padre le enseñó que debía defenderse y nunca dejarse intimidar; cuando el niño se convierte en un hombre, se meterá en una pelea de bar porque alguien insultó a su novia y él debe defender su honor.
Un hombre de Arabia paralizado en una pelea solicita que su atacante sea paralizado en la misma posición exacta sobre la médula espinal - y el juez se ve en ella. Un hermano en el norte de la India rural mata a su hermana porque su infidelidad sexual ha contaminado y avergonzado a su familia; y la  muerte de esa chica es la única manera de restaurar el honor de la familia, para así demostrar a la comunidad que se puede confiar en ellos. Un estudiante universitario de Norteamérica viola a una conocida en vez de 'volver' con las mujeres que lo han rechazado, porque cree que las mujeres son subordinadas que están moralmente obligadas a hacer lo que se le manda. Un atacante suicida en el Medio Oriente mata a otros y se mata a sí mismo, en el nombre de una autoridad que respeta y por lealtad a sus compañeros que también morirán inmolados. Un piloto de combate de EEUU lanza bombas a un objetivo del ISIS, matando a varios terroristas –pero matando también a los civiles cercanos- porque su comandante calculó que era una pérdida aceptable para lograr un bien mayor, la muerte de sus enemigos.
Uno puede multiplicar infinitamente una enorme cantidad de ejemplos similares. En todos los casos, el acto violento es percibido por los autores, los observadores - y en algunos casos hasta por las propias víctimas - como se acaba de referir.
Al mismo tiempo, si la violencia está motivada por sentimientos morales, ¿Qué la motivó? ¿Qué tratan de lograr sus perpetradores? El patrón general que encontramos es que la violencia tiene como objeto regular las relaciones sociales.
En los ejemplos anteriores, los padres se relacionan con los niños; los reclutas y los combatientes se relacionan con sus compañeros y con sus superiores; los niños y los hombres se relacionan con sus amigos; las familias se relacionan con sus comunidades; los hombres se relacionan con las mujeres; las personas se relacionan con los dioses; y los grupos y las naciones se relacionan entre sí. En todos los casos, los perpetradores utilizan la violencia para crear, dirigir, mantener, mejorar, transformar, honrar, proteger, compensar, reparar, o finalizar y lamentarse por las relaciones valoradas.
Sin duda, las personas y las culturas varían en la forma en que hacen esto y los contextos en los que piensan la violencia es un medio aceptable de hacer las cosas bien, pero el objetivo es el mismo. El propósito de la violencia es mantener un orden moral.
Para  muchos, esto parecerá incomprensible. Seguramente el dolor es terrible. El núcleo de la moral de cualquier persona debe ser reducido al mínimo, sólo con lo que pasa cuando sea absolutamente necesario. Pero esto supone que los bienes morales finales de la vida son la búsqueda de la felicidad y la evitación del dolor. Nos podría sonar razonable a nosotros, como reflejo de los ideales occidentales modernos; sin embargo, han existido muchas culturas y períodos históricos donde la gente no buscó particularmente la felicidad como valor o donde buscaron activamente el sufrimiento porque lo vieron como moralmente purificador: Por ejemplo, entre los protestantes, a finales del siglo XVI y principios del XVII, se suponía que el dolor era un bien moral que debía ser  perseguido y alcanzado, deleitable, sublime; y a lo largo de los siglos XVIII y XIX las ejecuciones públicas fueron a menudo un espectáculo popular, con numerosas familias haciendo picnic, presenciando los ahorcamientos.
Podríamos estar tentados a escribir sobre todas estas prácticas como accidentes históricos o como actos de sadismo. Pero en la primavera de 2011, los estadounidenses celebraron en las calles la muerte de Osama Bin Laden y, recientemente, en el verano pasado, los israelíes se reunieron en las colinas para ver y celebrar cómo lanzaban bombas sobre Gaza. La violencia todavía es celebrada por la gente común.
¿Significa esto necesariamente que la violencia "se siente bien" o que las personas nunca entran en conflicto cuando se involucran en la violencia? No. Las personas odian herir a los demás. Puede ser muy estresante y traumático ser violento, y puede requerir la formación, el apoyo social y la experiencia para evitarlo; y esta sería la función de muchas prácticas morales. Puede ser difícil decir la verdad o  defender lo que es correcto; la gente a menudo se resiste o deja de hacer lo que se requiere de ellos; la mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que es moralmente correcto saltar en el agua helada para salvar a alguien que se está ahogando, pero eso no significa que lo disfrutemos haciéndolo.
Tal vez todo esto suena un poco demasiado conveniente. Algunos individuos violentos podrían decir que sus acciones violentas están motivadas moralmente. ¿Cómo sabemos que no son acomodadas simplemente después de los hechos? ¿Seguramente no es tan difícil compensar justificaciones morales cuando uno está motivado realmente por el egoísmo o por el mal?
Esta es una buena pregunta. Sorprendentemente, sin embargo, no socava mucho el panorama. Lo que debemos recordar es que las justificaciones proporcionadas por quienes perpetran hechos violentos nos dicen mucho acerca de las ideas morales de su propia comunidad. Si el jugador de fútbol americano Ray Rice afirma que su prometida lo golpeó y escupió sobre él antes de que él la golpease en 2014, es porque siente que así mitiga su crimen ante los ojos de la gente que le rodea.  la gente realmente supone que esa declaración es verdadera, entonces Rice tiene razón. Las excusas que los perpetradores ofrecen, revelan los estándares morales de aquellos ante quienes se apela.
Si aceptamos que las personas peligrosas pueden estar motivadas por genuinas creencias morales, nos enfrentamos entonces a una dimensión subjetiva sumamente inquietante en cuanto a la moralidad como tal...
Intentemos suponer lo contrario: Imaginemos que las excusas morales siempre son sólo una farsa del perpetrador para salir del problema y eludir su responsabilidad. Lo primero que se nota es el mal trabajo que hacen. Supongamos que el autor de un crimen brutal quiere evitar la cárcel. ¿Qué debe decir? Definitivamente, no debe pretender que lo que hacía estaba bien o que la víctima lo merecía; eso sería estúpido. No, más bién debería negar rotundamente que sucediera el hecho, o decir que fue un accidente, o que ese día estaba fuera de sus cabales. Casí todos los autores de actos violentos hacen esto, afirman este tipo de excusas todo el tiempo, por supuesto: En los tribunales. Pero antes de que los abogados tengan  la oportunidad de ocuparse de ellos, los perpetradores a menudo pueden ser encontrados jactándose de sus hazañas entre sus amigos y vecinos; en fin, jactándose con gente con la cual compartan su propio código moral.
Las justificaciones morales para la violencia tienen tan poco sentido como artimañas y tenemos que asumir que son sinceras al menos. Este es un pensamiento incómodo. Si aceptamos que las personas peligrosas pueden estar motivadas por genuinas creencias morales, nos enfrentamos entonces a una dimensión subjetiva sumamente inquietante en cuanto a la moralidad como tal. Por lo menos, hay que enfrentarse a la posibilidad de que uno puede estar sinceramente equivocado al respecto. Y una vez que te vas tan lejos, desde allí es un corto salto al pensar que tal vez somos nosotros los que estamos mal o que hay nada para que tener razón.
Tal vez esto suena como un relativismo barato. Pero hay una tendencia psicológica aquí que debemos tomar en serio. ¿Cuál es, empíricamente hablando? ¿Qué ocurre cuando dejamos de pensar en los valores morales como hechos objetivos que son verdaderos en todas partes, en todo momento, y en su lugar comenzamos a verlos como opiniones personales que difieren entre las distintas culturas y las diferentes épocas de la historia? Bueno, en el laboratorio, al menos, parece que perderemos nuestros soportes.
En 2013, el psicólogo Keith Holyoak y yo presentamos en UCLA a algunos sujetos de prueba la evidencia de que ciertos actos violentos -actos que los propios sujetos dijeron que deploraban- fueron percibidos por los demás como actos moralmente aceptables. Más específicamente, los dividimos en tres grupos y procedimos a  interrogarlos posteriormente: A algunos de nuestros sujetos después de leer un artículo defendiendo los derechos de las comunidades para llevar a cabo la mutilación genital femenina, siempre que convengamos estar  de acuerdo con las creencias morales de esas comunidades; otro grupo leyó un artículo afirmando que la mutilación genital femenina era inequívocamente mala; y un tercer grupo, el de control, leyó un artículo acerca de cocina. Cabe destacar que los participantes que leyeron el artículo "relativista" eran más propensos a hacer trampa en un examen de seguimiento que aquellos  participantes que leyeron el artículo "absolutista" o el grupo de control. La mera consulta de una convicción moral tuvo el efecto de socavar el comportamiento moral en un dominio aparentemente distante.
De allí que sería más fácil vivir en un mundo donde las personas crean que la violencia está mal y participar en ella de todos modos; pero ese no es el mundo en el cual vivimos. Aunque nuestra negativa a reconocer este hecho básico puede haber ayudado a orientar nuestra propia brújula moral, también se ha interpuesto en el camino de las intervenciones que en realidad podrían reducir los daños. Sin embargo, dejemos de lado las cuestiones filosóficas que surgen una vez que aceptamos que no hay desacuerdo moral acerca de la violencia. ¿Cómo funciona el mensaje de que la violencia es moralmente una motivación que nos ayuda en nuestros esfuerzos para reducir esa misma violencia?

Durante años, hemos estado tratando de reducir la delincuencia mediante la promulgación de la encarcelación en masa, mediante la colocación de  restricciones a los enfermos mentales, y enseñando a los posibles perpetradores de actos violentos cómo ejercer más autocontrol. Frente a la violencia, todas estas suenan como estrategias plausibles; pero todas ellas pierden su objetivo.

Una de las conclusiones más sólidas en la criminología es que el aumento de la severidad del castigo tiene poco efecto disuasorio. La gente simplemente no es tan sensible a los costos potenciales de la delincuencia como el modelo de elección racional predice que debería ser, por lo que los esfuerzos para reducir el  crimen mediante la adopción de medidas enérgicas en su contra no han podido justificar los inmensos costos fiscales y sociales de la encarcelación en masa. Mientras tanto, debido a los crímenes más violentos que son cometidos por personas psicológicamente sanas, la legislación que se centra en los enfermos mentales -por ejemplo, impidiendo a éstos la compra de armas- llevaría sólo a una pequeña reducción de la criminalidad.
Sólo cuando la violencia en cualquier relación sea vista como una violación de toda relación, entonces disminuirá.

Por último, si la violencia no es, de hecho, un error desde el punto de vista del perpetrador de los actos violentos, las estrategias destinadas a ayudarle a ejercer un mejor control sobre sí mismo sería perder el tiempo. El ladrón condenado y convicto Daniel Genis, recientemente describió el «tratamiento de  reemplazo de la agresión" (ART, por sus siglas en inglés: ‘Aggression Replacement Training’), al que se ven obligados a asistir los reclusos de prisiones norteamericanas sí son declarados culpables por comisión de un crimen violento:
     “Las lecciones en ART pueden habernos enseñado el cómo evitar puñaladas cuándo son resultado de malentendidos espontáneos; pero de hecho, casi toda la violencia que ví en la cárcel fue deliberada, planificada... muy diferente a las explosiones de temperamento que los programas de ART tienen intención de curar.”
Nada de esto quiere decir que este tipo de intervenciones no deban llevarse a cabo, sobre todo en los casos en que no cuestan mucho. Mejores controles de antecedentes son probablemente una buena idea. Pero si realmente queremos reducir los índices de violencia, hay que centrarse en sus motivos morales. En pocas palabras, la violencia se debe convertir en algo inmoral. Este criterio debería  mantenerse tanto para los perpetradores de actos violentos como para las personas a quienes esto les importa y preocupa. Sólo cuando la violencia en cualquier relación sea vista como una violación de toda relación, entonces disminuirá.

¿Qué pasa con la violencia en el otro lado de la ley? Los defensores de DDHH en los EEUU han estado presionando para que sea obligatorio el uso de cámaras adosadas al cuerpo de los efectivos policiales, para así impedir los actos de brutalidad policial. ¿Podría funcionar eso? Hay un montón de pruebas que sugieren que las personas son menos propensas a involucrarse en comportamientos que ellos creen qué es inmoral cuando saben que están siendo observados. El razonamiento es que sí la policía sabe que están siendo observados, entonces no incurrirían en actos que saben que son moralmente incorrectos. Sin embargo, a menudo la policía y gran parte del público no ven nada malo en sus acciones. No hay datos que sugieran que las personas sean menos propensas a realizar acciones que ellos piensan que son moralmente correctas cuando saben que están siendo observados. Por lo tanto, no está claro cuán útil podrán ser las cámaras corporales a menos que haya un mensaje claro de liderazgo y cultura que prohíba el uso innecesario de la violencia.

En su trabajo para reducir la violencia de las pandillas en Boston, el criminólogo David Kennedy ayuda a organizar las intervenciones. Los asesinos son confrontados con  los líderes locales y las familias de las víctimas, quienes expresan la maldad de matar e insisten en que la violencia contra cualquier persona socava sus relaciones con todo el mundo. Las sanciones legales también están presentes, pero no son suficientes por sí solas. Fundamentalmente, el mensaje tiene que venir de personas respetadas dentro de la propia comunidad del asesino. Como Kennedy expresa: "…sus propias ideas sobre el bien y el mal son un asunto más; pero las ideas de aquellos que se preocupan y respetan importa más."

Estos programas han tenido bastante éxito. Al principio del artículo cité a un entrevistado del documental  “The Interrupters”, que siguió un programa similar al de Chicago, conocido como 'CureViolence'. El programa depende de los miembros de confianza de la comunidad para intervenir con las apelaciones morales y lograr que todos se centren en las consecuencias socio-relacionales, antes de que la violencia de represalia pueda entrar en erupción y haga irrupción, estallando. Un estudio del programa encontró que redujo los tiroteos entre 16% al 28% en las zonas donde se aplicó.

No es fácil cambiar una cultura de violencia. Usted tiene que dar a la gente los medios estructurales, económicos, tecnológicos y políticos para regular sus relaciones de manera pacífica. Los grupos sociales tienen que aprender a sentir vergüenza ante los hechos vergonzosos y rechazar cualquier persona que perjudique a otros. Pero se puede hacer. Se ha hecho en el pasado, y está sucediendo en estos momentos.
 
Las culturas cambian. A nivel mundial, la violencia está en declive. Gente de todo el mundo está encontrando maneras de satisfacer en forma no violenta sus motivos morales y los objetivos de las interacciones sociales. Esto no significa que nuestro trabajo esté terminado. La gente todavía sigue lastimando a otros y matándose  unos a otros,  porque creen qué es lo correcto y lo siguen haciendo. Pero si sus grupos sociales primarios hacen sentir que no deben ser violentos, podría ser que dejen de ser violentos. Una vez que todos, en todas partes, realmente crean que la violencia está mal, va a terminar.
 
18 de junio 2015
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Tage Rai es investigador post-doctoral en el Centro Ford para la Ciudadanía Global de la Kellogg School of Management de la Universidad de Northwestern en Illinois. Es coautor, junto con Alan Fiske, de"Virtuous Violence" (2014).
Editado por Ed Lago
@ejklake

Título del artículo original: "People resort to violence because their moral codes demand it"
Fuente: http://aeon.co/magazine/philosophy/people-do-violence-because-their-moral-codes-demand-it/
Traducción libre al castellano
  

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