COMPASIÓN Y RESPONSABILIDAD
0. Introducción
La lectura de las reflexiones de Dokushó Villalba nos lleva a considerar algunas posturas filosóficas del filósofo alemán
Hans Jonas
(1903-1993), que pueden servir de fundamentación a las ideas de
compasión y de responsabilidad. En contacto con el texto de Dokushó
Villalba, expondremos a) cómo Jonas mantiene una antropología interesada
en insertar al hombre en la realidad natural de nuestro planeta; b) la
necesidad de superar el tecnocentrismo de nuestra cultura; y c) la
fundamentación ontológica de la responsabilidad y, para lo que nos
interesa, aunque Jonas no lo trate explícitamente, de la compasión.
1. Nuestra inserción en el mundo de la vida
Según Hans Jonas, tomando distancia de algunas corrientes
filosóficas de la historia, hay que situarse contra la desvalorización
de la naturaleza y frente a la actitud de distancia del hombre frente a
ésta. Su postura es que hemos de entender al hombre inserto en el
contexto natural, si bien salvando lo específicamente humano.
Más bien al contrario: Jonas interpreta todo ser viviente no
humano desde el modelo del querer y del hacer humanos y, en
consecuencia, siembra con ello las condiciones para que el hombre se
experimente a sí mismo con una actitud de confianza en el mundo. Así,
por ejemplo, refiriéndose en concreto al existencialismo, afirma:
“El existencialismo contemporáneo, al igual que otras filosofías
que le precedieron, dirige sus miradas solamente al hombre, como si
hubiese sido encantado por él. Hace al hombre el homenaje, que es a la
vez una carga, de atribuirle a él muchas cosas que tienen su raíz en la
existencia orgánica como tal. Al proceder así, el existencialismo priva a
la comprensión del mubdo orgánio de los resultados que alcanza la
autopercepción humana, y por esa misma razón traza mal la verdadera
línea divisoria entre el animal y el hombre.”
JONAS, Hans: [El principio vida.
Hacia una biología filosófica, Trotta, Madrid 2000, p. 9. Las cursivas son del original].
En la materia viva existe la posibilidad de la autoorganización y
poder desarrollar la conciencia. Es decir, puedo posibilitar el
desarrollo de la vida sentiente, más aún, el desarrollo de la
subjetividad. En este proceso está inserto el ser humano. Éste, aunque
diferenciándose de los animales por su autoconciencia y por su capacidad
de imaginar, no es un ser solitario en este mundo.
Con este planteamiento, Jonas intenta superar todo tipo de actitud
antropológica dualista o de extrañamiento frente al mundo natural,
reconociéndole valor y dignidad a lo orgánico. De esta manera,
relativiza la afirmación de que lo no-humano está a simple disposición,
como mero medio para los fines humanos.
2. Más allá del imperativo tecnológico
Para Jonas, el hombre contemporáneo se encuentra, en su vida
ordinaria, dominado e invadido por la tecnología. Ésta, que en principio
tendría que ser un medio para la vida del hombre, s ha convertido en un
fin en sí mismo. La tecnología moderna es una realidad en proceso
continuo que exige estar en constante ejercicio, evolución y renovación,
sin parar. Cuando la tecnología se enfrenta a problemas nuevos o cuando
de sus manos aparecen nuevos problemas, se busca la solución en más
tecnología. Es decir, los problemas técnicos se resuelven técnicamente.
La tecnología ha invadido la vida del hombre, y en muchas
ocasiones ha usurpado a éste su poder de decisión y de control. Jonas
toma una actitud que no es ni la de un optimismo tecnológico ingenuo ni
la de un pesimismo tecnofóbico. Su objetivo más bien es rebatir el
imperativo tecnológico. El poder tecnológico capaz de destruir la
biosfera reclama un deber de actuar con precaución y responsabilidad.
“Progreso con cautela” frente a “incertidumbre tecnológica”: tal actitud
es la que propugna nuestro autor.
En él no hay tecnofobia ni nos invita a ella: más bien es una
actitud que se levanta contra los excesos tecnológicos, aquellos que
pueden entrañar efectos inicialmente desapercibidos pero que pueden
ocasionar daños irreparables a medio y largo plazo, y a mediana o gran
escala.
El problema no está en el hecho tecnológico tomado en sí mismo, es
decir, en la realidad del alcance tecnológico-científico, sino n las
características específicas que muchas acciones tecnológicas tienen, y
que se escapan o pueden escapar al control de los hombres. En este
sentido, la tecnología exige responsabilidad, porque la creación técnica
es una manera de dotar de sentido a la existencia humana.
Pero si de produce de forma descontrolada y sin tener en cuenta
sus consecuencias, se puede producir (como de hecho ocurre con
frecuencia) una situación de dominación, de alienación, de barbarie, de
cierre del horizonte humano. Ya que no es posible ni tiene sentido
renunciar al hecho tecnológico, es necesario e imprescindible
reflexionar acerca de la legitimidad y las condiciones de cada acción
tecnológica. Aquí es donde entran en juego la cautela y la prudencia.
3. Una nueva mirada al mundo y a los otros: vivir la compasión y escuchar la llamada a la responsabilidad
En nuestra opinión, la opción del pensamiento de Hans Jonas por
insertar al ser humano en el mundo natural, sin renunciar a sus orígenes
biológicos y evolutivos, y su actitud de crítica a la postura de
rendición frente al desarrollo tecnológico, abren la puerta a
introducir, de una forma suficientemente fundamentada, la actitud de
compasión y la actitud de responsabilidad ante la naturaleza y ante los
otros seres humanos.
Jonas sitúa el concepto de responsabilidad en el centro de una
reflexión ética que quiera responder a los desafíos de la tecnología.
(Su obra principal sobre este tema es
El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Herder, Barcelona 1995. Lydia Feito expone de manera clara y precisa la ética de la responsabilidad de Hans Jonas en su libro
El sueño de lo posible. Bioética y terapia génica, Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas, pp. 405-419).
El ser humano tiene en sus manos un poder gigantesco, tiene la
tendencia a aplicar todo nuevo conocimiento de que disponga. Pues bien,
tenemos necesidad de una ética de la responsabilidad cuyo axioma básico
sea el siguiente: la responsabilidad es la otra cara del poder. Ser
conscientes de esta realidad nos lleva a un ejercicio de humildad:
“Una humildad no debida, como antes, a nuestra insignificancia,
sino a la excesiva magnitud de nuestro poder, es decir, al exceso de
nuestra capacidad de hacer sobre nuestra capacidad de prever y sobre
nuestra capacidad de valorar y juzgar.” [
El principio de responsabilidad, p. 56]
Esa humildad responsable nos lleva a considerar en nuestro juicio
ético no sólo los intereses presentes y actuales, lo que ahora viene
bien o interesa, sino incluir el elemento de “lo futuro”. Éste es más
difícil de tener en cuenta. Y sin embargo, Jonas lo considera una pieza
clave del engranaje de la ética de la responsabilidad, si de verdad ésta
quiere estar a la altura de lo que hoy se necesita.
¿Dónde encontramos, según Jonas, el arquetipo, el caso
paradigmático de llamada a la responsabilidad? Según nuestro autor, en
el ser del lactante. La responsabilidad paterna para con el niño se
convierte así en el prototipo de toda responsabilidad. El lactante reúne
en sí el poder autojustificante de lo que “ya está ahí” y la
importancia de mantener en vigor esa existencia, aunque por medio de las
fuerzas de otro. Esta total dependencia del lactante con respecto a los
demás se convierte en llamada vinculante a sus padres para asegurar su
existencia.
“La responsabilidad primordial del cuidado paterno es
la primera que todo el mundo ha experimentado en sí mismo.
En este paradigma fundamental se hace clara de la manera más
convincente la vinculación de la responsabilidad a lo vivo. Sólo vivo,
por tanto, en su menesterosidad e inseguridad – y, por principio, todo
lo vivo-,
puede ser en general
objeto de la responsabilidad, pero no por eso tiene ya que serlo: ser
viviente es sólo la primera condición de ello en el objeto. Pero la
distinción característica del hombre – el hecho de que sólo él
puede tener responsabilidad – significa a la vez que
tiene que tenerla también por otros
iguales a él
(ellos mismos posibles sujetos de responsabilidad) y que, en una u
otra relación, ya la tiene siempre: la capacidad de responsabilidad es
la condición suficiente de su facticidad. Tener
de facto
alguna responsabilidad por alguien alguna vez (lo que no significa
ejercerla y ni siquiera sentirla) es algo que pertenece tan
indisociablemente al ser del hombre como que éste es en general capaz de
responsabilidad.” [
El principio de responsabilidad, p. 173. Las cursivas son del original]
Para Jonas, la presencia del bebé despierta el deber evidente de
acogerlo. Solamente si uno se pone las gafas de un reduccionismo
cientificista, que no ve en el rcién nacido sino una amalgama de
procesos orgánicos capaces de ser descritos sin implicación emocional,
se puede cerrar el paso al dato claro y evidente de que se da un deber
de origen claramente objetivo.
Según Jonas, en la ética clásica regía un sentido de reciprocidad
de acuerdo con el cual los deberes de uno son homólogos a los derechos
de otros. Este esquema resulta inadecuado en el campo de su ética de la
responsabilidad. En el campo de la ética clásica, había seres que podían
reclamar, por ejemplo, su derecho a vivir.
En cambio, al tomar en consideración las generaciones futuras, nos
encontramos con que seres que no existen aún no pueden demandar nada ni
sufrir que sus derechos han sido violados. De este modo, en la medida
en que la ética de la responsabilidad se preocupa de los que aún no
existen, ha de independizarse de cualquier esquema que implique una
relación entre derecho y reciprocidad.
Ésta es la razón por la que Jonas sitúa como arquetipo de la
responsabilidad, como hemos dicho, a una relación que no es recíproca:
la de los padres con respecto a los hijos. Los deberes de los primeros
para con los segundos están poderosamente implantados en el ser humano
por naturaleza. La responsabilidad que tenemos por las generaciones
futuras se parecería a la de los padres con respecto a los hijos, en
cuanto se trata de una relación no recíproca.
Asimismo, en el caso del deber que emerge del llanto del bebé, se
pone de manifiesto que la fuerza de la realidad entra de lleno tanto en
la razón como en el sentimiento. Por un lado, en la medida en que esta
interpelación moral tiene una raíz objetiva, se dije a nuestra razón en
el lenguaje universal normativo. Por otro lado, el corazón es removido y
emerge un sentimiento específicamente moral que juega un papel
fundamental en la motivación de la actuación: el sentimiento de
responsabilidad ante lo individual y concreto contemplado en su
fragilidad. Según Jonas, razón y sentimiento, objetividad y
responsabilidad, son dos facetas inseparables de la vida moral. Por
ello, aunque Jonas hable con preferencia de un sentimiento de
responsabilidad, no hemos de interpretarlo de manera emotivista.
Dokushô Villalba, (Utrera, 1956) es maestro budista zen,
discípulo del Muy Venerable Taisen Deshimaru Roshi, de quien recibió la
ordenación de monje soto zen en 1978 en París y bajo cuya dirección
estudió el Zen hasta su fallecimiento, y del Muy Venerable Shuyu Narita
Roshi, de quien en 1987 recibió la Transmisión del Dharma. Fundador de
la Comunidad Budista Soto Zen en España y abad-fundador del monasterio
zen Luz Serena, donde reside habitualmente. Escritor, conferenciante y
traductor. Colaborador de la Cátedra Ciencia, Tecnología, Religión.
Juan M. Rufo (Motril, 1965) es Licenciado en Filosofía, Máster
Universitario en Filosofía y Cultura Moderna y Licenciado en Estudios
Eclesiásticos. Actualmente realiza el Doctorado en Filosofía en la
Universidad de Sevilla. Colaborador de la Cátedra Ciencia, Tecnología,
Religión.